Cuando en Guatemala se sostiene un debate democrático, serio e informado, es frecuente que los adversarios ideológicos logren acuerdos. Pero se tornan inviables por la corrupción, el financiamiento electoral excesivo y la disfuncionalidad de los partidos, problemas a cuya solución nadie dice oponerse, pero que continuamos incapaces de resolver en la práctica. El miedo y la apatía ciudadana es un muro difícil de sortear, tanto para la derecha como para la izquierda, en tanto que los corruptos continúan su reino de impunidad.
Luego de la guerra civil y la represión violenta, en Guatemala o le tenemos temor a la participación política o la desdeñamos como exclusiva de corruptos y tramposos. Tenemos temor de expresar nuestras ideas, y menospreciamos como inútil o caduca la necesidad existencial de posicionarse ideológicamente. Acá, los políticos son timoratos cuando se les pregunta su posicionamiento ideológico. El nuestro es un no-sistema político, carente de ideologías, representación, participación y en el que maquinarias electorales que llamamos “partidos”, danzan en un círculo vicioso de poder ilegítimo.
Esta carencia de contenido de nuestros partidos políticos contrasta, por ejemplo, con el de algunos vecinos. En El Salvador el mundo político partidario es muy distinto al guatemalteco. Para empezar, luego de la guerra civil y el proceso de pacificación, el exguerrillero Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) tuvo éxito en constituirse en una fuerza política bien organizada, que ya hizo gobierno una vez, y justo en estos días se dilucida su reelección, algo que la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) no ha logrado, por mucho. La derecha representada por la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) es claramente una segunda fuerza política en El Salvador, y ha hecho gobierno en cuatro períodos presidenciales, algo de lo cual la derecha guatemalteca también carece. Al margen de otras expresiones políticas que orbitan en torno al FMLN y a ARENA, en El Salvador funciona una forma de bipartidismo.
En El Salvador las organizaciones que compiten en las elecciones sí son partidos políticos (y no efímeras máquinas electoreras), que por su origen y naturaleza están ideologizadas, y poseen poder de convocatoria que supera, por mucho, a cualquier organización política guatemalteca. Mucho bien nos haría en Guatemala tener algo de lo que los salvadoreños han logrado, entre otras cosas, poder alternar democráticamente el poder entre posiciones de derecha e izquierda, hace unas décadas enfrentadas como enemigos en una guerra civil, y hoy como adversarios político ideológicos en las urnas electorales.
Pero, por supuesto, no es perfecto. Luego de la segunda vuelta electoral, la politización política en El Salvador se está agudizando, muy cerca de límites peligrosos. Con una guerra civil todavía fresca en la memoria de muchos salvadoreños, el comentario del candidato de ARENA, Norman Quijano, en cuanto a que la “Fuerza Armada está lista para hacer democracia”, es profundamente irresponsable (por no usar calificativos más severos), y habla muy mal de su capacidad política. Igual esa pretensión irresponsable de asustar al electorado con que la victoria del FMLN significará transplantar la crisis venezolana actual a El Salvador. Además de irresponsable, ridículo.
Nuestros hermanos salvadoreños han aprendido a organizarse y participar mucho mejor que nosotros. Van más adelante, pero aún les falta demostrar si tienen la madurez política para frenar la polarización política y evitar la violencia. A nosotros nos toca dejar atrás el miedo y la apatía, y aprender cómo ellos, logran con madurez política superar la crisis actual. ¿Cuándo empezamos a madurar y hacer lo nuestro?
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