De allí que se habla de un Organismo Ejecutivo, responsable de la administración y gestión política; un Organismo Legislativo, a cargo de la promulgación de leyes pero también del control parlamentario al funcionamiento del administrador; y un Organismo Judicial, encargado de la gestión y procuración de justicia que implica la persecución de eventuales abusos por parte de los otros poderes.
Esta visión ideal del andamiaje político suele desvanecerse cuando surge la figura del verdadero poder, generalmente asociado al motivador económico. Entonces, como sucede en nuestro país, quien pone el pisto pone la agenda y eso significa que quien financia campañas consigue políticas. Es la manera en que se ha cooptado y finalmente controlado al Organismo Legislativo en donde, hasta las otrora beligerantes curules se encuentran hoy día más mudas que una tumba. Es decir, el Congreso no sólo no legisla sino que tampoco ejerce contrapeso.
El sistema de justicia, con honrosas excepciones, sigue el juego del estado fallido y lejos de ser una luz al final del túnel de la criminalidad, resulta ser un pilar de la impunidad. Al extremo de que ya sea una sala de apelaciones como la tercera o un tribunal constitucional como la Corte de Constitucionalidad, fallan contra derecho, cometiendo prevaricato sin que exista poder alguno que le ponga freno a sus desmanes.
En ese estado de cosas, la pérdida de confianza en el sistema político -ese que eufemísticamente se llama sistema democrático-, es inevitable. Al extremo que la sociedad se cree el cuento de que tiene permiso de proveerse de seguridad y con la vista gorda desde las autoridades, se cubre el rostro, se organiza en bandas y termina por perseguir al prójimo sin más razón visible que el miedo y el estigma.
En la última pata visible del banco del sistema, el Organismo Ejecutivo sobrevive merced a la vocación presidencialista de esta sociedad cuyas élites han sostenido un esquema gerencial basado en el autoritarismo. De allí que no resulte sorpresivo un presidente que lo mismo instala cuarteles y escuadrones militares por doquier que reparte conejos, gallinas y fertilizantes. Un gobierno al que la certeza estadística poblacional, es decir la realización de un censo, le importa un bledo. Un gobierno cuyo fracaso en la gestión pretende ser encubierto, al mejor estilo fascista, con meros actos de propaganda sin sustento ni acción política efectiva.
Y allí está la trampa. En el cansancio social por la ineficiencia institucional, por la corrupción administrativa y la violencia política, puede salir ganando el esquema autoritario que convoca a las soluciones de manual y a la centralización legal del poder ya concentrado realmente en las manos del Ejecutivo.
En tal sentido, vale más hacer uso de la milenaria sabiduría china y al ver la crisis, limpiar el lente para apreciar el momento y además del riesgo, identificar la oportunidad. Esa que representa la posibilidad de encontrar caminos convergentes para construir, consolidar y llevar adelante un movimiento social y político, capaz de tumbar este esquema que hace mucho ruido pero que no tiene muchas nueces. Mover los cimientos del edificio que ha albergado la explotación, la exclusión, el racismo, el machismo y la impunidad.
Juntar las aguas de los ríos de resistencia y lucha para llevar el caudal a su nuevo cauce, en la construcción de un sistema incluyente y participativo.
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