Se ha vuelto inviable financieramente, inútil productivamente, peligroso ambientalmente, perverso políticamente y sobre todo ha contribuido a deslegitimar y confundir las acciones de un Ministerio como el de Agricultura que es mucho más que un comprador y distribuidor de fertilizantes.
No es la primera vez que se trata el tema desde esta óptica, más allá de las opiniones que otros columnistas pueden haber vertido en distintos medios y momentos (sugiero leer en este mismo medio la columna “El show de los fertilizantes” escrita por Juventino Gálvez). Se han realizado estudios de impacto de este Programa por parte de instituciones de reconocido prestigio como el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) y el Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN) que aportan elementos de juicio sobre el tema. Los trabajos del CIEN realizados en 2003 y 2007, justo al final de dos administraciones gubernamentales son reveladores y en el último de ellos ya se advierte como el Programa entraba a la época de debacle financiera y técnica que se describe al inicio de esta columna.
El estudio del 2007 mencionaba entre sus conclusiones que: “El Programa no ha logrado un incremento significativo en la productividad agrícola de sus beneficiarios. Se hizo una comparación entre la productividad agrícola de los beneficiarios entrevistados con la de los no beneficiarios entrevistados que poseían características muy similares a las de los beneficiarios y no existía ninguna diferencia significativa en la misma. Entre las principales razones por las cuales no se ha tenido impacto cabe señalar que: las cantidades que les vendieron fueron insuficientes, las formulaciones inapropiadas, hubo carencia de otros insumos agrícolas, se desconoce sobre el uso y aplicación apropiada de los fertilizantes, y falta de acceso a una persona que proporcione asesoría y capacitación sobre buenas prácticas”.
En el estudio se reconoce que desde la teoría, el uso apropiado de los fertilizantes acompañados de buenas prácticas agrícolas, tiende a aumentar la producción de los cultivos y como consecuencia los ingresos de los agricultores, permitiéndoles reducir su nivel de pobreza y garantizar su seguridad alimentaria; y cita como un caso exitoso el Programa implementado en Malawi.
Sin embargo, se puntualiza que el impacto en la seguridad alimentaria puede darse si esas buenas prácticas agrícolas incluyen la disponibilidad oportuna de un conjunto de insumos agrícolas que son requeridos a lo largo de todo el ciclo productivo, o sea que los fertilizantes, a pesar de ser un insumo importante para mejorar la productividad agrícola, son solo uno de varios insumos que se requieren para incrementar la producción de alimentos.
Sobre la sostenibilidad financiera del Programa, basta con citar que existen factores que han venido provocando el alza de los precios de los fertilizantes en los últimos años, los cuales han ocasionado una continua y rápida subida del costo de adquisición por parte de las empresas importadoras. Entre ellos podemos mencionar el aumento en el precio del petróleo, en consecuencia; la capacidad adquisitiva del Programa será cada vez menor, aún cuando la cantidad de recursos invertidos directamente en la compra de fertilizantes se incremente significativamente.
Las funciones sustantivas del Ministerio de Agricultura son muchas y diversas, desde la generación de las políticas agrícolas y sectoriales hasta la garantía de la sanidad e inocuidad de los alimentos; desde un papel de diseño y ejecución de las agendas de competitividad hasta un aporte mayoritario a la seguridad alimentaria y la sostenibilidad de los recursos naturales; desde la investigación e innovación hasta la extensión agrícola y asistencia técnica. Hay que entenderlo, dejemos de sacrificar innecesariamente a las autoridades y a la institución al colocarlas en un ojo de huracán como el que se les ha construido durante estos últimos años. Hay que enterrar el Programa de Fertilizantes, al menos como se le conoce ahora, reinvéntenlo.
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