Los trabajadores públicos y los ciudadanos no se quedaron de brazos cruzados y salieron por miles a protestar, tomando por semanas el edificio de la legislatura. El equilibrio de fuerzas no cambió y la ley quedó como tal, pero el descontento se canalizó y la semilla quedó sembrada.
El ataque sistemático al sector laboral y el lento crecimiento económico que no se ha traducido en mayores fuentes de empleo, impulsaron a muchas organizaciones y activistas a empezar un trabajo de organización silencioso pero efectivo. A inicios de septiembre asistí a un foro sobre una economía más justa a cargo de una red nacional de organizaciones de base. Uno de los activistas prevenía que en un par de semanas, se empezarían a ver las primeras manifestaciones de descontento y que la gente iba a tomar las calles.
Yo permanecí escéptica, porque aquí, a pesar del plan de austeridad (reducciones presupuestarias en el gobierno estatal y las municipalidades; interrupción de servicios de salud, educativos y de recreo; el cierre del gobierno durante casi un mes, y el despido de cientos de trabajadores) no hay manera que los ciudadanos expresen malestar alguno como en otros países, incluida América Latina donde esto es casi que pan diario. Pero algunos finalmente lo han hecho: bajo el lema somos el 99%, los occupiers de Nueva York dieron la sorpresa identificando correctamente a algunos actores responsables de esta debacle económica, entre ellos los “malhechores de Wall Street” como diría Paul Krugman, y cuales indignados, también tomaron las calles.
Como parte de la convocatoria ciudadana, estuve en la plaza que se ocupó en Minneapolis hace diez días. Había mucha concurrencia, aunque no tanta como yo me lo esperaba. Los occupiers eran básicamente jóvenes estudiantes universitarios, intelectuales, líderes de izquierda, desempleados, familias con sus hijos, trabajadores y gente común y corriente. La toma, que ya va en su segunda semana, se desarrolló de manera muy pacífica, y de anárquico, nada. En realidad son mini democracias deliberativas. A pesar de la espontaneidad, los manifestantes cuentan con toda una estructura organizativa.
Ninguno se autodenomina líder y dos veces al día, hay asambleas generales donde quienes quieran pueden participar y tomar la palabra. Se deciden ciertas normas o reglas para seguir procediendo como "movimiento" y adoptar principios para mantener cohesión y consistencia en el mensaje. El blanco continúa siendo el sector financiero y bancario, así como exigir que el gobierno responda a las necesidades inmediatas de la gente más afectada por el desempleo y los embargos hipotecarios, demandando reformas fiscales donde los más acaudalados, paguen los tributos apropiados.
El liderazgo de este nuevo movimiento es muy difuso y su duración poco clara. Parece ser que hay algunos individuos clave detrás de él, como el editor principal de la revista Adbuster. El movimiento es quizá “emocional” y “líquido”, como indica el filosofo polaco Zygmunt Bauman, pero talvez se esté “allanando el terreno para la construcción, más tarde, de otra clase de organización”. Lo que sí es claro es que, por el momento, con un porcentaje de aceptación del 54% según una encuesta de Time, los manifestantes y las demandas ciudadanas son por fin parte de la agenda pública. Es todavía incierto si algunos logros concretos se podrían revertir Citizens United reformando el financiamiento de los partidos políticos o fortalecer la regulación bancaria y cambiar la estructura tributaria. Como apunta un comentarista, en este proceso está claro que el Tea Party ya no domina más el debate nacional.
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