Conversando con Maco y René, evocamos los nombres de compañeros y amigos que nos dejaron fruto de un cáncer agresivo que invadió su cuerpo y que nos prohibió seguir gozando de la sabiduría que se consigue a base de experiencias en la vida, y de la inteligencia que viene con los años de formación académica forjada en soledad y disciplina. Ellos siguen rondando nuestra memoria cual oasis de anécdotas y recuerdos gratos.
Hubo otros seres humanos entrañables, que caminaron en nuestra senda y les nombramos madre, padre, hermanos, tíos, abuelos, primos y amigos, los cuales sin la premura de una enfermedad terminal, fueron pasando uno a uno al otro lado de la vida, sabiendo que en definitiva es una espera fraterna pues al encuentro gozoso vamos todos. A ellos, tuvimos la oportunidad de agradecerles en familia su paso por la tierra, y en coro les rezamos y cantamos camino al cementerio, lugar al cual acudimos para confirmar que fueron y son importantes en nuestro día a día.
Pero hubo otros que se marcharon antes de tiempo. Ellos, ni siquiera sabían que debían prepararse para dejar a sus seres queridos, pues por decisión de unos pocos, el derecho a despertar les fue negado sin saber el motivo y sin señal de advertencia alguna les prohibieron seguir caminando en esta tierra. A todos ellos, hombres torturados, desaparecidos, macheteados y destrozados, a todas ellas, mujeres violadas, mancilladas, utilizadas y ultrajadas, y a todos los niños y niñas condenados y ejecutados con cobarde crueldad, les debemos ese momento de oración y dignificación, que al pronunciar sus nombres y contar sus historias, logremos honrarles en aras de buscar justicia. Si bien en el juicio por genocidio estamos hablando de 1,771 guatemaltecos ixiles, sabemos que fueron más.
Por la ausencia de todos ellos, muchas madres se han quedado sin lágrimas y se han visto obligadas a besar en silencio el recuerdo del hijo arrebatado con saña, y a gritar su tristeza al viento por no saber dónde descansan los restos. ¿Cómo se carga en brazos al primogénito mutilado? ¿Quién escucha el latido de un corazón desgarrado? ¿Dónde se consuela el llanto del bebe despedazado en el vientre materno? ¿Cómo se reclina la cabeza en el pecho herido?
Una lágrima por cada uno de ellos. Y al secarse nuestro rostro, miremos de frente los ojos de los verdugos, que apoyados por unos cuantos con su insensata “reflexión” y su interesada proclama por una “paz firme y duradera”, que exige no hablar de “genocidio” pues eso va en contra de nuestra estabilidad y de “superar el pasado y encontrar la reconciliación nacional”. Si de eso se trata, dejemos claro que la “paz” que ellos defienden, ha sido testigo del asesinato de Monseñor Gerardi, de la masacre ocurrida en Totonicapán, y del secuestro y eliminación de un líder indígena por su oposición contra la explotación minera e hidroeléctrica en la región norte de Huehuetenango. Si ésa es la paz y estabilidad que ellos defienden, ¡vaya amiguitos de Guatemala!
Así que para justa inclusión en nuestra historia y restitución social de las víctimas, es tiempo de escuchar los testimonios y reconocer que en Guatemala hubo genocidio. Pensemos en los que sufrieron y avergoncémonos por nuestra historia para que como sociedad nunca más debamos enjuiciar a otro guatemalteco por genocidio, y que nunca más tengamos que repetir los mismos errores que nos llevaron a matarnos unos a otros.
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