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Una niña se encarga de las papayas que vende la madre, a las 4:30 de la madrugada del jueves 21 de mayo, en el mercado de La Terminal

PODCAST En la Terminal temen más las medidas presidenciales que al COVID19, con o sin razón

Simone Dalmasso
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PODCAST En la Terminal temen más las medidas presidenciales que al COVID19, con o sin razón

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La mayor preocupación de los vendedores de la Terminal, en la zona 4 capitalina, son las disposiciones del presidente Alejandro Giammattei. Hace una semana muchos tuvieron que tirar sus productos y las pérdidas las cuentan por miles de quetzales.

Son las cuatro de la mañana. Falta una hora para que termine el toque de queda, pero en el mercado de La Terminal de la zona 4 el movimiento no para. El ambiente acá, a esta hora, contrasta con el silencio y la oscuridad del resto de la ciudad. Hay personas moviéndose por todos lados y mantener la distancia es imposible. De no ser porque todas llevan mascarillas, pareciera que acá, en el puro centro comercial de la capital, aún no llega la emergencia por el COVID19.

Los puestos de venta de frutas y verduras, las tiendas de abarrotes y de expendio de materiales plásticos ya están instalados y abiertos desde la madrugada. Algunos picops y camiones llenos de productos de la tierra están estacionados mientras hombres y mujeres descargan el material. Todo listo para recibir a compradores que visitan La Terminal para abastecer su despensa, o para los revendedores que llevarán la mercancía a los demás mercados más pequeños en la Ciudad de Guatemala.

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Los cargadores que llevan sobre la espalda los alimentos de un puesto a otro, o a los picops que partirán con las cajas y bolsas de frutas y verduras, piden permiso para pasar entre los camiones que transitan por las calles de ese laberinto expuesto al virus. Abren paso entre los transeúntes como pueden, «permiso, jefe», «permiso, chavo», «permiso…». En algunos lugares es imposible transitar en línea recta, el contacto con extraños se siente en las manos, en los brazos y en la espalda. Los 1.5 metros de distanciamiento social aquí no existen.

Todos hablan muy cerca. En algunos lugares el silencio es imposible y es necesario hablar a los gritos o muy cerca. Las mascarillas de tela que llevan puestas, algunas con diseños coloridos y estrambóticos con personajes de películas animadas o de acción, probablemente no impidan el paso de las gotas de saliva que propagan el virus.

Un día de pérdidas

En el mercado de La Terminal de la zona 4, el principal centro de abastecimiento de frutas, verduras, legumbres y carnes de la ciudad de Guatemala y del área metropolitana, pareciera que hay poco temor por el virus. En realidad, le temen más a las disposiciones del presidente Alejandro Giammattei, y cómo podrían impactar en sus ventas.

El pasado jueves 14 de mayo por la noche, el Ejecutivo anunció de manera súbita que cerraba el país de inmediato, por tres días, ante el repunte de contagios del nuevo coronavirus. El anuncio llegó tarde, los puestos de La Terminal quedaron llenos de frutas y verduras porque el mercado no abrió. La mayoría de los comerciantes, sobre todo de papaya, melón y tomate, perdieron sus productos y todo terminó en la basura.

«Se me paró el corazón cuando lo oí», dice Alex de León, vendedor de melón. Está sentado mientras observa cómo dos adolescentes despachan a los primeros compradores de la jornada. Un día antes del anuncio del presidente, el comerciante descargó dos camiones con la fruta que quedó en la bodega durante el fin de semana. «El lunes, cuando regresamos, tuvimos que tirar todo», afirma. Cuando le preguntan cuánto dinero perdió, contesta que mucho. 

Juan Antonio Loarca tiene un puesto de venta de papayas. Dice que el gobierno falló al ordenar el cierre del país sin darles tiempo para prepararse. «Cuando regresamos y encontramos todo podrido, queríamos irle a tirar todo frente al Palacio Nacional», asegura.

Eldy Chumil también vende papayas. Ella y su hija, junto con tres hombres encargados de mover las frutas, despachan a los compradores que llegan antes del fin del toque de queda. «Todo se empezó a llenar de moho y tuvimos que tirar un montón. Perdimos unos 14,000 quetzales», dice.

En La Terminal el movimiento no para. A veces, algún vehículo que traslada frutas o verduras no puede pasar entre el tumulto de personas. Alguien bota una caja llena de duraznos. Los frutos, esparcidos por la calle, obligan a un vehículo a detenerse mientras un grupo de personas ayuda a recogerlos.

En el sector de «La tomatera» hay torres de cajas llenas de tomate y de chiles pimientos. Cada una cuesta entre 100 y 145 quetzales, según su tamaño. Además de los gritos de los vendedores, suena la cinta adhesiva que utilizan para sellar las cajas listas para despachar y que irán a los mercados municipales y cantonales de la Ciudad de Guatemala.

Melvin Ramos asegura que el pasado fin de semana perdieron unas 2,000 cajas de tomate. «El presidente no se pone la mano en la consciencia», dice negando con la cabeza. Interrumpe la plática para atender a varios compradores. «Debió avisar antes para que nos preparáramos», comenta mientras recibe el dinero de la venta. El fin de semana pasado tiró todo el producto que tenía porque estaba podrido. 

Cerca de ese sector, Zoila Cabrera tiene un puesto de venta de pepinos, chiles pimientos y chiles jalapeños. Es un estrecho callejón de La Terminal que termina en un puesto con un enorme póster del expresidente Alfonso Portillo. «Es el mejor que ha tenido el país. Es el único que hizo algo por los pobres. Pagó con cárcel, pero ya salió», dice sonriente.

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Cabrera sale todos los días desde Sumpango, Chimaltenango, hasta La Terminal, a las tres de mañana. Esta semana vio cómo quedó la tomatera después del primer cierre del país. «Todo se hizo agua, lo tuvieron que tirar todo», dice. Ella también tuvo pérdidas porque los chiles no aguantaron. «Perdí 10,000 quetzales», asegura.

«El presidente hubiera avisado unas 24 horas antes, porque así nos preparamos con tiempo», dice Mariano Oscoy, vendedor de cebollas. «Tuve mucha pérdida la semana pasada, pero para los próximos días ya compramos poquito», dice. «Fue una desgracia».

Lidia Zamora trabaja en La Terminal desde hace 22 años. Tiene un puesto de cocos y asegura que desde el inicio de la emergencia por el COVID19 la venta bajó. «Es por los productores. Han tenido problemas para transitar y eso nos afectó a todos», dice.

En La Terminal los tiempos son distintos, a las ocho de la mañana ya es tarde. A esa hora, cuando ya no rige el toque de queda, la venta más fuerte pasó y caminar sin mayores obstáculos es posible, aunque es difícil mantener la distancia. Un hombre, micrófono en mano y al lado de una bocina, grita que Jehová nos dará sanidad y protección. Nadie le pone atención.

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