En lo que es, claramente, una resolución contra derecho, la jueza Carol Patricia Flores, la misma que decidió ligar a proceso penal por genocidio a José Efraín Ríos Montt, le ha dado vuelta a su propio criterio y anula lo actuado desde el 2011.
De un plumazo, en una resolución que supera lo requerido por la Corte de Constitucionalidad (CC) y en extralimitación de sus funciones, nos llena de vergüenza al decirle al mundo que seguimos siendo incapaces de juzgar el genocidio. Las decenas de víctimas que declararon y contaron su dolor y su verdad al mundo, pero sobre todo a Guatemala, han recibido un golpe gigantesco de desprecio de manos de la jueza Flores, solo comparable al tronar de los cañones que alimentaron el genocidio en 1982. Se ha pintado como una jueza de impunidad, una vez más.
Las mujeres que contaron su historia de dolor y de violencia. Aquellas que vieron la cara de sus verdugos y con dignidad milenaria denunciaron la violación sexual y la barbarie, han sido una vez más violentadas por el sistema. Ese sistema que ha negado sus derechos por siglos. Ese sistema que alimentó la máquina militar que arrasó con su vida. Ese sistema que se niega a entender que mientras el racismo lo domine, seguirá siendo infuncional.
Con su resolución, la jueza Carol Patricia Flores se integra al coro de la impunidad por genocidio y al coro del racismo estructural. Al ser incapaz de cumplir con la exigencia básica de justicia pronta y cumplida, retrotrae el juicio a etapas procesales ya superadas. Pero, qué le importa a ella si la impunidad vuelve a reinar.
En un razonamiento errático, la juzgadora ha sido incapaz de cumplir con lo requerido por la CC y al final de cuentas, sólo siguió los designios de quien habría podido llegarle al tamaño de su monedero. Esa y no otra puede ser la explicación de sus actuaciones que vuelven a poner a la vista, el racismo imperante en un Estado que sigue siendo incapaz de asumirse como pluricultural.
Hoy, esas voces que han integrado el coro que justifica el genocidio. Esas voces que han guardado silencio ante la barbarie y sólo se han abierto para defenderla. Hoy, cuando se pone en riesgo la oportunidad de estar de cara a la historia. Hoy, tal vez, griten de alegría sin valorar lo que su graznido podría representar, la ópera del racismo entonada en clave de impunidad.
Difícil no ver que, en realidad, con la decisión de Carol Flores lo que se desnuda es el racismo que sudan las mentes que niegan el genocidio. El racismo estructural que ha definido los roles de cada grupo ante el Estado y la sociedad. El racismo cultural que justifica el genocidio en una supuesta razón de Estado. Al fin de cuentas, una cosa es ser racista y agradecerlo y vivirlo por designio casi divino y otra, muy distinta, que un tribunal diga que ese racismo se manifestó en su máxima expresión con el genocidio.
Guatemala no puede y no debe esperar más. La oportunidad sigue puesta y el órgano correspondiente debe anular la decisión de la jueza que hoy vuelve a teñir de impunidad al Organismo Judicial.
De manera que, o nos paramos y aceptamos que el racismo nos corroe como sociedad y que podemos avanzar si juzgamos el genocidio o seguiremos carcomidos, debilitados, divididos, enfrentados por el racismo nuestro de cada día, al borde del abismo y a punto de dar un paso.
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