Ambos hacen énfasis en la propuesta del cuerpo de las mujeres como un espacio de reivindicación de autonomía, de liberación desde la experiencia personal, de rebelión individual y colectiva, y de activación política contra un sistema que estandariza y controla, que define lo bello y lo sano, lo apropiado y lo inapropiado.
Estas propuestas que buscan hacernos reflexionar a partir de nuestras vivencias propias y únicas con nuestros cuerpos, nos llaman la atención hacia un campo más cercano a nosotras mismas que al de los ideales de algunos feminismos que muchas veces son usados para señalar a otros y otras. Esta idea de articular nuestra identidad de género con cada una de nuestras experiencias básicas con nuestros cuerpos es una propuesta interesante y que vale la pena mayor exploración.
En aquellos textos encontré unas preguntas que llamaron mi atención, pues engloban gran parte de mis inquietudes y de cómo podemos pensarnos como mujeres a partir de recobrar la historia (individual y colectiva) de nuestros cuerpos:
“¿Bajo qué mecanismos se construye el cuerpo normal? ¿Cuánta disciplina de normalización han soportado y soportan nuestros cuerpos? ¿Qué técnicas de domesticación y regimentación nos hacen desear ser normales y atractivas a costa de padecimientos?”
Partimos de la idea de reconocer y nombrar la existencia de un sistema que define lo que es y lo que no es a través de distintas instituciones que definen los estándares que se deben perseguir para encajar en lo “normal”, las sanciones para quienes no cumplen con éstos, así como las recompensas para quienes se someten disciplinadamente a esta domesticación –aun cuando esto signifique torturar nuestros propios cuerpos... todo sea por encajar en el ideal construido.
Cuántas mujeres tenemos que esforzarnos por cumplir con aquellas pautas que en ciertos casos incluso son requisitos obligatorios para el trabajo, tales como usar tacones, falda, plancharse el pelo, maquillarse, etc. Cuántas pensamos que para ser bonitas tenemos que maquillarnos toda la cara todos los días, que para lucir femeninas debemos usar tacones, soportando el dolor de caminar largas distancias y estar paradas por largo tiempo –pero con una sonrisa–. Cuántas dejamos de comer alimentos que nos gustan y hacemos dietas tortuosas (no por razones de salud). Cuántas nos ponemos fajas para que no se salgan las carnitas que nos sobran y usamos push-ups para llenar las carnitas que nos faltan. Cuántas aprendimos con los sermones recibidos que nuestros cuerpos son malos y nuestra sexualidad pecaminosa; que nuestros cuerpos –vestidos y desnudos– no son para nosotras mismas, sino para el disfrute de otros, para su placer visual o físico, para quienes acosan, abusan, explotan y violan.
¿Cuántas de nosotras caminamos por la vida con vergüenza, miedo e inseguridad por no cumplir con aquellos estándares? Al revivir y reconocer esos recorridos, podemos identificar todas esas imposiciones sobre nuestros cuerpos que nos han impuesto la familia, la sociedad, la escuela, la iglesia, el Estado, etc.
Me uno a muchas de estas voces que gritan el deseo de “quitarse la ropa”, no en el sentido estrictamente físico sino más allá, en un sentido liberador, y apuntando que no todas lo tienen qué hacer, pero sí que sepan que lo pueden hacer cuando les dé la gana. Me uno a ese deseo de quitarnos esas camisas de fuerza cargadas de reglas que nos domestican, normalizan y controlan desde nuestros cuerpos.
Y termino con un párrafo muy rico a mi parecer:
“Es importante reivindicar estrategias que partan de la vulnerabilidad, de poner en ésta la potencia transformadora. Destrozar el discurso que nos exige ser siempre fuertes y valientes, poderosas, aceptarnos, querernos a nosotras mismas, estar a tono siempre con un mundo que nos reclama indefectiblemente listas y sanas para asumir las tareas de producción y reproducción. Ese mundo de ahí afuera que nos reclama funcionales. Y no pienso en metas, ni en aceptación, ni en gustar, ni en convencer a nadie. Porque no creo en redenciones ni en evoluciones, ni en la barbarie convertida en civilización. Creo en búsquedas, en pasiones y en fricciones agonistas de mis propias carnes que, dadas al encuentro con otras, tienen el enorme potencial de hacer de nuestras existencias un lugar más habitable y feliz, dando lugar a indómitas formas de habitar nuestros cuerpos.”
(1) http://www.diagonalperiodico.net/cuerpo/22353-cuerpo-como-espacio-disidencia.html
(2) http://brujula.com.gt/quiero-quitarme-la-ropa/
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