La estabilidad del mandato presidencial, la capacidad de las estructuras de vinculación para articular demandas, la capacidad para seguir sosteniendo las reglas vigentes del juego (no confundir con los vicios de corrupción) por parte de los actores políticamente relevantes o la facilidad para institucionalizar la protesta son elementos cuyo funcionamiento debe evaluarse a lo largo de esta crisis. En esencia, una pregunta fundamental: ¿cuál fue el perfomance?
Como segunda línea de lectura, desde el plano de los movimientos sociales y de la expresión ciudadana, también puede hacerse notar que, si bien la democracia guatemalteca es frágil, la ciudadanía, los medios de comunicación, los medios independientes y los alternativos han jugado un rol importante sin —hasta el momento— considerar la nube del pretorianismo sobre ellos. Eso es, por cierto, un logro importante de apuntar en la consolidación de la democracia.
Como una tercera línea (aunque en realidad más cercana al campo de la ciencia política comparada) se tiene una lectura que apunta hacia el fenómeno del crimen organizado en su relación con la clase política. Esta línea apunta a la permanencia o reconfiguración de la categoría del Estado mafioso, que no es lo mismo que el Estado corrupto —no hay aquí lugar para plantear tal distinción—, en los contextos de crisis, transición o reconstrucción institucional. Lo anterior aparece con más fuerza en la historicidad italiana.
Tampoco pretendo explayarme en el tan complejo y apasionante caso de lo que Marc Lazar denominó «laboratorio italiano», sino simplemente apuntar un detalle importante de no olvidar: la referencia obligada cuando se cita a las fuerzas políticas que en Occidente hicieron de su agenda estructural —en los momentos de quiebre— el combate a la mafia (en esencia, el fenómeno criminal corporativizado en los procesos estatales) siempre apuntará a la izquierda italiana (en todas su facetas, tan complejas). Lo hemos dicho en otros espacios de esta columna. Quizá merezca volver a ser citado. ¿Por qué los comunistas italianos fueron tan decididos en su combate de la mafia? Porque el empresario no era distinto del uomo di onore. El gánster, pues.
Aquí, la pregunta interesante para mí. ¿Cómo fue posible que las tantas caras y facetas de la tan sui generis izquierda italiana lograran sumarse al esfuerzo democrático y poner de lado sus diferencias? Porque, excepto el caso de las Brigadas Rojas (culpables del homicidio del primer ministro Aldo Moro), el universo de partidos políticos italianos en el espectro de izquierda pudo montar, merced a sus divisiones, el frente antimafia. Y ese pacto antimafia no ha sido poca cosa. Permitió que la izquierda italiana pudiese sobrevivir gracias a sus propios revisionismos. No se olvide que la izquierda comunista italiana de los años 1970 y 1980, heredera de Antonio Gramsci y de Palmiro Togliatti, era la más poderosa de toda Europa occidental. Pero las transformaciones comenzarían a darse. A partir de 1991, Achille Occhetto, el secretario general del PCI, se distancia del marxismo para crear el nuevo Partido Democrático de la Izquierda (Partito Democratico della Sinistra, PDS), pero de nuevo la agenda del pacto antimafia seguía presente y sustentaba. Y hoy en día, incluso a pesar de la agenda antidemocrática de Berlusconi, el arco de coaliciones de izquierda se mantiene vivo. Podemos mencionar La Izquierda (La Sinistra-L’Arcobaleno) de 2007, encabezada por Bertinotti, y la propuesta Revolución Civil (Rivoluzione Civile), liderada por Antonio Ingroia y conformada por Refundación Comunista, el Partido de los Comunistas de Oliviero Diliberto, la Italia de los Valores del juez Antonio di Pietro, los Verdes y otros grupos menores. A todos los une —entre otras cosas, claro— la agenda antimafia. Porque a la cabeza de todo esto se encuentra el juez antimafia de extracción comunista Antonio Ingroia, quien por cierto fue discípulo de Paolo Borsellino y de Giovanni Falcone. No falta decir más.
En Italia, entre los puntos de agenda medulares de la izquierda sobresale el combate de la corrupción materializada en procesos corporativos de Estado y sostenida en los pactos mafia-centroderecha.
¿Qué se perdió de oportunidad en la actual coyuntura guatemalteca con esta crisis?
Haber podido generar un aggiornamento de la izquierda. Haber podido atraer el voto indignado de la plaza derribando personalismos y diferencias y aglutinándose en torno a una agenda que apelara más a los marcos clasemedieros urbanos: transparencia, combate frontal de la corrupción y la promesa de derribar la estructura de pactos neocorporativos entre funcionarios y el crimen organizado. Y es que hay que notar que la derecha no solo tiene mayor pragmatismo que la izquierda, sino que también nos ha robado léxico político nacido de los procesos constitutivos del fenómeno de la izquierda. Uno de esos léxicos robados es poder hablar, desde la izquierda, de la importancia del Estado transparente. Porque un Estado viciado por la corrupción es un Estado servido al mejor postor. Y esa es una forma de poder ilegítimo. Y desde la izquierda no se puede tolerar lo anterior.
Se echa de menos que en esta coyuntura no haya surgido un abanico de partidos de izquierda en una sola propuesta prometiendo un pacto antimafia. La mesa estaba servida. Los tiempos se dieron. La izquierda aglutinada bien habría podido institucionalizar el reclamo ciudadano y convertirse en la preservadora de las lecciones que el combate frontal de la corrupción articulado por la Cicig nos ha dado.
La realidad nos lo mostró: si se persigue la corrupción, se empieza a tocar a los poderes paralelos.
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