Escuchando las experiencias de personas que han participado en campañas para cargos de elección popular, en su mayoría coinciden con la afirmación del patriarca Kennedy, pero podemos ir más lejos en tiempo y distancia. Revisando un libro del siglo pasado —1975— titulado El oro y el poder, escrito por Walter Görlitz, este inicia separando casos como los de Roosevelt o Kennedy (que alcanzaron la presidencia de Estados Unidos promovidos por fortunas familiares propias) y el de personajes como Mussolini, Hitler, Stalin, Lenin, Mao o Tito (que durante el siglo XX gobernaron a partir del liderazgo ejercido sobre procesos de masas que también contaron con soportes financieros y que nunca fueron propios de estos personajes o sus familias (nacidos todos ellos en condiciones de pobreza).
La descripción de los métodos utilizados para conseguir el dinero que llevaba al poder es deliciosa en lo literario y ampliamente documentada y sustentada en citas bibliográficas, referencias a entrevistas y una serie de fuentes investigativas que dotan de seriedad al trabajo. A partir de lo anterior, nos enteramos de que Stalin pasó por asaltar bancos y organizar prostíbulos para obtener financiamiento, Lenin engañó al mismo káiser alemán para que patrocinara su histórico viaje de Zurich a Petrogrado y la “larga marcha” de Mao Tse-Tung tuvo importantes fuentes capitalistas de financiamiento.
Quien se lleva las palmas por el detalle, laboriosidad y elegancia en la captación de patrocinios es Hitler, que los obtiene de la burguesía industrial llegando a sus donantes la mayoría de veces a través de las damas de alta sociedad a quienes frecuentaba y cautivaba en los salones de Munich y Berlín.
Otro tema que se traslada en el análisis y la descripción es que no siempre coinciden los intereses de los financistas y los financiados una vez alcanzado el poder. Los grandes capitales que fueron trasladados a Mussolini y a Hitler para frenar la expansión de la revolución bolchevique solo trajo como resultado la instauración de regímenes fascistas que también atentaron contra la propiedad privada y la producción agrícola e industrial de esa época. ¿Cuál era el poder que movía al mundo de ese entonces: el dinero, los intereses nacionales de los pueblos o las ideologías?
Financistas traicionados y financiados títeres abundan en estas historias, patrocinadores astutos y otros ingenuos, así como candidatos de profesión que respiran cada cuatro años cual si fueran mundiales de futbol. Al fin de cuentas, y ante la evidencia de que el dinero apalanca más que ningún otro insumo las campañas políticas, lo que nos queda por esperar es que cada aspirante al puesto haga la menor cantidad posible de intentos por alcanzarlos, ya que de esta forma tendrá menos comprometida su agenda. Alguien dijo y no recuerdo dónde ni cuándo: “¿De qué sirve a un hombre ganar el mundo, si pierde su alma en el intento?”. ¡Y de paso nos deja empeñados a todos!
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