El miedo o temor es una emoción humana muy intensa, un mecanismo psico-biológico vehemente de defensa ante peligros, reales o supuestos, pasados, presentes o futuros. En estos días pudimos ver, una vez más, cómo el sector privado empresarial, y en particular la ultra conservadora Cámara del Agro (Camagro), sienten un profundo y patológico miedo a la justicia social y la reivindicación de los derechos de los campesinos.
Supongo que un siquiatra podría explicar, que quizá el cargo de conciencia que imponen siglos de injusticia y explotación a un pueblo entero produzca en ellos semejante temor. La sola posibilidad que en Guatemala se racionalice el derecho a la propiedad privada, o se impulse una muy necesaria reforma agraria, provoca en los agremiados a la Camagro un miedo vehemente.
Pareciera que para ellos el derecho a continuar poseyendo sus fincas, de la manera obscena, injusta y nada competitiva como lo han hecho por siglos, es superior al derecho a la vida, trabajo digno, educación, salud, recreación y demás derechos económicos, sociales, culturales y ambientales de, por ejemplo, los trabajadores de esas mismas fincas. Cuando oyen reforma agraria, entienden colectivización a lo bolchevique, y parecen obcecadamente incapaces de entender a la reforma agraria como el proceso necesario para un capitalismo funcional. Por ejemplo, como lo hizo Taiwán. De hecho, en ese país, uno de los bastiones vivos del anticomunismo y uno de los “tigres asiáticos” ejemplos del desarrollo capitalista, funciona un instituto especializado en reforma agraria y tributación sobre la tenencia de la tierra.
Su reacción ante la posibilidad que, por una sola vez, muchos diputados del Congreso no se prostituyeran al mejor postor aprobando una ley de desarrollo rural, fue sintomática. Incluso, la madrugada del día en que el Congreso podía aprobarla, la Camagro envió sus abogados a la Corte de Constitucionalidad para accionar legalmente ante la “posible” aprobación.
En los medios de comunicación espetaron con voz inquisidora “¡reforma agraria es!”. Se dice que luego del golpe de Estado de 1954, los denominados “liberacionistas” veían comunistas “hasta en la sopa”. Parece que en la Camagro, hoy en día, ven reforma agraria hasta en la sopa. Pero lo peor es que la iniciativa de ley que se pretendía aprobar, ni por asomo, es una reforma agraria. Tan tibia y poco contundente es la iniciativa de ley, número de registro 4084, que muchos incluso opinaron que en realidad resultaría una suerte de placebo, inofensiva para los intereses de los terratenientes. Pero el punto, al parecer, no es el contenido, sino esencialmente la forma. El solo hecho que una ley combine las palabras “desarrollo” y “rural” para la Camagro tiene una carga ideológica inaceptable.
Hasta el presidente Pérez Molina en un mensaje televisado apeló a la sensatez, pidiendo calma a los empresarios de la Camagro, y a la bancada oficial el apoyo para la aprobación. Pero al final, poco importaron las peticiones del Presidente, las promesas en medios de comunicación y declaraciones públicas de los diputados comprometiéndose a aprobar la Ley de Desarrollo Rural. Al final se impuso la presión del sector privado, un verdadero “petate de muerto” al que los diputados se doblegaron por temor a que los financiamientos para la reelección se secaran, si se desataba el miedo irascible de los terratenientes.
Así continuamos entonces. Un país que evoluciona según los vaivenes de los miedos y temores de una elite conservadora y congelada, en una forma disfuncional, ineficiente y cruel de poseer tierra.
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