Con los mismos recursos y argumentos sostuvo también al sistema que salía cuestionado por llevar corruptos al Gobierno, al Congreso y a las cortes. Pese a que era obvio el estado mortal del sistema de partidos políticos y por lo tanto indispensable su reforma, la obstaculizó con cuanto recurso hubo a su alcance.
Pensar mínimamente en reprogramar el evento electoral le pareció un sacrilegio. De esa suerte, forzó a la realización de un acto para guardar las formas sin que este representara la mínima posibilidad de cambio. En el camino construyó su opción, la propia, totalmente a la medida de su mezquindad. Un personaje políticamente anodino pero no inocente. Un político, porque es un político, capaz de jugar a la apuesta que le garantizara satisfacer su ambición de llegar a la silla presidencial. Un individuo dispuesto a cualquier alianza con tal de ganar la elección.
Y así, pese a surgir de una propuesta partidaria miserable, empieza a subir como el turrón cuando se bate con fuerza la clara de huevo. Recibe propaganda gratuita disfrazada de cobertura periodística. Sus ocurrencias políticas son celebradas en tanto que sus locuacidades discursivas se disimulan. Todo con tal de subirlo en las encuestas y llevarlo en los picos de la espumilla hasta la segunda vuelta.
En el camino, para suplir la falta de estructura local, obtiene permiso para aliarse a quien le convenga. De ahí que en unos sitios las otrora sedes naranja y roja se vayan tiñendo de blanco, azul y rojo. No hace falta comité municipal si hay junta de seguridad o ex-PAC disponibles para el trasiego. ¿Los recursos? No hay problema. Llegaron puntuales para pagar movilización en la primera vuelta y con seguridad no faltarán para nutrir en la segunda.
El gobierno del hoy reo Otto Pérez Molina llegó luego de haber cedido cuatro o cinco unidades en el gabinete. La propuesta del nuevo delfín del pacto oligárquico militar es ceder casi el 90 % de posiciones, pero reservarse la seguridad y la defensa para su grupo inicial de apoyo. El polichinela se conforma con que le den el bastón aunque no ejerza el mando.
Así las cosas, resulta que medio siglo después pretenden imponernos el esquema de Julio César Méndez Montenegro. Claro, con grandes diferencias, pues Méndez era un político serio y profesional que sucumbió a la presiones militares. Jimmy Morales, en cambio, es un político sin seriedad que de buena gana baila al ritmo de estrellas y barras con el sonido de las monedas.
Alguien que de tanto repetir el cuento empieza a creérselo y a poner cara de inocencia cada vez que enrolla los labios para pronunciar un discurso. Expresión que resulta más un ronroneo de nimiedades sin sustento, pero que le suenan con el ritmo suficiente para la mascarada que representa. Que no tenga plan de gobierno no importa. Se jala uno preparado por el hoy procesado por corrupto y ladrón Otto Pérez Molina. Que no tiene estructura partidaria, tampoco importa, si la proporcionan las estructuras de la vieja política contrainsurgente de sus manejadores.
Hay que verlo bien. Jimmy Morales no es el salvador de Guatemala. Es el salvador de sí mismo y del proyecto que ha sumido al país en la opresión, la exclusión y la miseria. Es el salvador de los generadores de inestabilidad a conveniencia. Es el salvador de la impunidad y de la corrupción. Es, en definitiva, el gallo tapado de los de siempre que se pretende disfrazar de novedad.
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