Reconozco que es la primera vez que asisto a algunas de sus actividades. Y no dejo de asombrarme de lo bien organizado que está, de la infraestructura con que cuenta, de las variadas muestras artísticas y, pese a ello, del escaso público que asiste si tenemos en cuenta los millones que habitamos la capital.
Independientemente de los prejuicios que sin duda me llevaron a no participar en los anteriores festivales, también me percato de que, efectivamente, este es uno de los pocos espacios que existen en nuestro medio para mostrar, aunque sea de manera leve y concentrada (pues solo dura diez días), algunas de las expresiones artísticas, todas de calidad, que se dan en nuestro país.
El día de la inauguración en la Plaza de la Constitución, por ejemplo, asistí cuando ya habían finalizado los actos protocolarios. Todo, muy organizado y tranquilo, culminó con un concierto de jazz a cargo del grupo Imox, que deleitó con el arreglo de algunas piezas guatemaltecas reconocidas y agradó así a los asistentes, quienes aplaudieron con entusiasmo. Transeúntes con bolsas de compras pasaron a sentarse un rato para escuchar, igual que algunas personas que salían del trabajo y el público que fue específicamente a presenciar el concierto. La actividad terminó con un espectáculo de luces como las que se exhiben cerca de la Navidad, y los presentes las vieron entusiasmados, mostrando en su rostro, imaginé, cierta ingenuidad y algo de asombro, como en aquella escena de El señor de los anillos cuando Bilbo anuncia que desaparecerá de la Comarca.
Pude darme cuenta entonces de que, como yo, muchos guatemaltecos persistimos en ciertos prejuicios en los que de pronto vale la pena reflexionar. Por ejemplo, sé de quienes, pese a considerarse chapines de corazón, jamás han puesto un pie en el centro histórico porque sienten que es un lugar inseguro, donde se cometen actos delictivos que podrían poner en riesgo incluso su vida. Nada más alejado de la realidad. Para quienes asistimos al centro con frecuencia, sobre todo al casco que se considera histórico, este es uno de los lugares mejor resguardados del país.
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Y, sin duda, la seguridad en el festival es uno de los aspectos mejor cuidados.
Así pues, para quienes aún no conocen el centro histórico, el festival, que se lleva a cabo en agosto de cada año, es una buena y segura oportunidad para hacerlo. Hay recorridos guiados y actividades en los museos y casas culturales, que abren sus puertas para mostrar diversos espectáculos para todos los gustos y exigencias.
Para los estudiantes de nivel medio que asisten como parte de las actividades extracurriculares, es una forma interesante de conocer no solo los sitios importantes del centro histórico, sino también a algunos de los artistas del momento, que presentan sus propuestas creativas y culturales.
Pienso con un poco de optimismo que algún día este festival será visitado por todos los miembros de la sociedad, tanto de la capital como del interior, sin distingos ni de clases ni de ningún otro tipo. Que las muestras artísticas sean múltiples en todas sus manifestaciones y que la hora en que hoy terminan, a eso de las ocho de la noche, sea acaso el inicio de una serie de actividades en las que se aproveche este tiempo, como sucede en sociedades más sanas que la nuestra, donde el arte se extiende de día y de noche, hasta la madrugada, sin que participar en ellas sea un peligro para los ciudadanos. Pero para eso, claro, Guatemala tendrá que haberse transformado en una sociedad inclusiva, equitativa y mayoritariamente homogénea en su diversidad.
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