Son las cinco de la tarde. El escozor de unos ojos que luchan sin tregua contra el brillo de la pantalla, el dolor del cuello y las piernas agarrotadas por mantener la misma postura todo el día, todos los días, es ya insoportable. Son síntomas que se agudizan en estos eternos lunes que suplantaron las semanas. No veo más las muecas de mis alumnos ni me río con sus bromas. Apenas si los veo en cuadros minúsculos y escucho sus voces entrecortadas porque el Internet estos días va como puede. Para combatir la monotonía intento imaginármelos mientras leo sus correos y ensayos. Desde la distancia del encierro en nuestras moradas, aprender y educar se ha vuelto más complejo. Ellos me dicen que extrañan ir al colegio. Los espacios espontáneos de encuentro no los puede sustituir ningún espacio virtual. El aprender a convivir, con todas sus alegrías y molestias, se ha limitado al espacio familiar. Y es una pena porque la riqueza de los colegios y de las universidades no se limita a lo que sucede dentro del aula, entre cuadernos y libros, sino a todos los otros espacios en los que la persona, como ser multidimensional que es, se desenvuelve.
Por supuesto que, para los que tenemos la fortuna de poder continuar con las actividades educativas, no todo ha sido negativo ni mucho menos. Alumnos que antes pasaban desapercibidos ahora lideran con los mejores resultados. No se trata solo de que existan distintos estilos de aprendizaje, sino de la evidencia de que hay alumnos que han alcanzado el culmen educativo: el aprendizaje autónomo. Ante la libertad y la ausencia del control, estos alumnos son capaces de seleccionar y ejecutar estrategias específicas de manera intencionada con una finalidad concreta. Son conscientes de sus procesos de aprendizaje, de sus limitaciones y de las herramientas disponibles. Sin embargo, el aprendizaje sigue siendo un fenómeno social. La elevación se produce solo a través de un acompañamiento, de una relación, ya sea de los pares o de los profesores. Incluso un buen libro puede ser el peldaño al siguiente nivel.
[frasepzp1]
Estos días que he reflexionado sobre la solidaridad, vuelvo a caer en la cuenta de la importancia de la educación, que no consiste solo en saber, sino en saber ser. En sociedades individualizadas y polarizadas como la nuestra, las instituciones educativas son el bastión en el que se aprende la convivencia, se construyen los vínculos comunes para la identificación recíproca y se enseñan actitudes y comportamientos sociales como la comprensión. La educación cívica no es solo un conjunto de saberes teóricos, sino una práctica concreta. Las aulas deben ser espacios de participación democrática, donde la pluralidad sea bienvenida, sin que caiga en un encerrado subjetivismo ni en una visión totalizadora. Ambas patologías pretenden transformar la realidad a su antojo. El aula es el espacio ideal donde se aprende a comprender a otros que piensan distinto, donde todos los puntos de vista deben ser considerados para más adelante ser criticados. El constante análisis crítico ayudará a que los alumnos flexibilicen sus propias posturas. Así, el hábito de la autocrítica, el ser capaz de reconocer las propias ideas y de dialogar con ellas, se hará más habitual entre nosotros. La premisa debe ser que nuestras limitaciones no son una debilidad, sino una virtud en un mundo tan complejo que nos desborda a diario aunque continuemos la pantomima de lo contrario. Y es una virtud porque no estamos solos. Pero la solidaridad no consiste en esperar al otro, sino en hacer tu parte, en dar la mano primero, en escuchar antes de hablar, en comprender antes de juzgar. La participación individual y la acción colectiva son la mejor contraposición a los gobiernos populistas y autoritarios. Incluso contra los paternalistas, pues si el presidente Giammattei nos regaña como papá es porque solo ve niños irresponsables e inconscientes.
Morín insiste en enseñar la capacidad de la comprensión, que va mucho más allá de querer entender las explicaciones o razones del otro y busca entenderlo a él. Se trata de empatía e identificación recíproca. Es importante intentar pensar la totalidad, tener en cuenta la complejidad de lo que somos y lo que nos rodea. Comprender la misma incomprensión. El disenso no es opuesto al consenso. El antagonismo es fecundo porque llega a acuerdos inclusivos. De lo contrario, no sé qué hacemos compartiendo este espacio ni para qué escribo esto.
Más de este autor