Al igual que ella, otra mujer también anunciaba su aspiración para optar a la primera magistratura de Guatemala en las elecciones generales a finales de este año. Dudo mucho que haya sido planeado, pero el anuncio casi sincronizado de Sandra Torres luego de concluida la asamblea general del partido Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), en que se eligió a su junta directiva, no habría podido caer en mejor momento para la aspirante del partido albiverde. Desde su cuenta de Twitter, Torres reenviaba otro tuit presumiendo que dos ex primeras damas anunciaban su apuesta presidencialista el mismo día. Sabemos que Torres está divorciada conyugalmente —y ahora al parecer también ideológicamente—, pero había que capitalizar de alguna forma tan fortuita coincidencia.
Esta es la segunda vez que ambas políticas se enrumban en la larga y onerosa carrera por la Casa Blanca y la guayaba, respectivamente. Aproximadamente, la primera costará dos millardos de dólares, mientras que la segunda, 57 millones de quetzales. Indistintamente de mi posicionamiento ideológico y si les daría o no mi voto, en lo personal, a mí me parece muy loable la participación de ambas en sus contiendas.
La única forma de cambiar patrones de conducta, políticas, leyes y sistemas que mejoren la condición de las mujeres y eliminen la inequidad prevaleciente, además de la indiscriminada violencia y la marginación de servicios básicos para su salud y desarrollo pleno, es por medio de sus representantes en la esfera pública. Así que no puedo resistir complacerme porque cada vez haya más mujeres que piensen ocupar puestos políticos para influir en las políticas públicas. Sin embargo, hay que resaltar que la trayectoria política y el liderazgo de ambas candidatas son fundamentalmente opuestos en el alcance de estos objetivos a favor de las mujeres.
Centrémonos en la campaña electoral. Al final, esta marca el mensaje que persuade al electorado. Aunque no es exclusivo de la UNE, es lamentable que, bajo el liderazgo de Torres, el partido maneje parte de su proselitismo como un burdel. La escena de las edecanes bailando y posando semidesnudas para atraer electores es vulgar y ofensiva. ¿Qué mensaje de inclusión, equidad e incluso interculturalidad puede haber en la mujer como objeto sexual? ¿La ideología del mercado y la propaganda patriarcal sobre la solidaridad?
Es cierto que Clinton ha amasado un formidable capital político a lo largo de más de 30 años de servicio público y que posee un envidiable acervo técnico-político e intelectual. La fundación que su familia dirige le ha permitido llegar a millares de lideresas y apoyar programas o iniciativas de desarrollo para las mujeres en el mundo. Su libro y sus tarifas como conferencista le proveen solvencia económica y relaciones de gran magnitud.
No podemos pedir peras al olmo, pero a veces hay simples muestras de liderazgo y coraje que pueden llegar a cambios trascendentales en la conducción de lo político. Sin embargo, dudo que Torres cambie lo más fundamental en un partido, que son sus principios y valores, para prohibir en sus estatutos semejante degradación mercadológica e incongruencia ideológica.
Conste que a mí la sandrofobia nunca me ha tocado de cerca. A lo largo de estos últimos cuatro años, la vicepresidenta Baldetti se ha encargado de evidenciar que cualquier injerencia que Torres haya tenido en la agenda política del país durante el mandato de su exmarido o su obsesión por el poder palidecen a la par de las grotescas muestras de incapacidad e indefendible corrupción en el manejo de la cosa pública de la primera. Salvo por algunos indicadores favorables de seguridad ciudadana —que ya se observaban en los últimos años de la administración Colom—, analistas serios han destacado el magro o nulo avance —e incluso el retroceso— en rubros de política social en el país que cogobierna con el presidente Pérez.
Seguimos, pues, teniendo un serio déficit de liderazgo político en el país. No es necesariamente de género, clase, etnia o diversidad sexual, sino de sentido común, capacidad, integridad y dignidad.
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