Resulta que el viejo este se subía al autobús y se quedaba de pie mientras frotaba su mercancía contra el hombro de cualquier señorita que fuera sentada. Otras veces se arrimaba a una muchacha que estaba de pie para manosearla por detrás con descaro. Las mujeres, en especial las más jóvenes, teníamos que pagar el precio de ir en un bus repleto y de tener la mala suerte de que Arrecho se quedara a nuestro lado.
Eran los años 80, y en ese entonces Arrecho era visto como un viejo tocón que nos incomodaba, pero nos habíamos acostumbrado a sus mañas (así les decíamos entonces) y lo tolerábamos como un mal inevitable. Nunca a nadie se le ocurrió denunciarlo judicialmente. En ese tiempo no éramos conscientes de que se nos estaba violando nuestro derecho a ser respetadas, a viajar tranquilas, a que nadie manosee nuestro cuerpo: el derecho a no sufrir esa violencia, que en el caso de las jovencitas se manifestaba en miedo, asco y abuso.
Hace dos semanas, el dos veces presidente de Costa Rica y premio nobel de la paz, Óscar Arias Sánchez, fue denunciado penalmente por la doctora Alexandra Arce von Herold de abuso sexual. Después de ella, en menos de una semana, ocho mujeres más también se atrevieron a levantar la voz y a gritar lo que por años habían callado por miedo y vergüenza.
En Costa Rica es secreto a voces que don Óscar es un manos largas, un arrecho de cuello blanco, que no asalta a sus víctimas en los buses, sino en su casa, en su despacho o en lugares privados. Protegido en su guarida y abusando de su poder de macho, de su poder económico y sobre todo de su poder político, asalta sin escrúpulos, como bien lo describe la doctora Arce.
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Don Óscar Arias y el Arrecho de mi pueblo son depredadores machos, abusadores de mujeres, que en épocas pasadas nosotras veníamos digiriendo como parte de un paisaje agreste en el que nos había tocado vivir. Dichosamente, las circunstancias cambiaron. Y particularmente, gracias a movimientos como el #MeToo y Time’s Up, muchas mujeres han levantado la voz contra el acoso sexual. A partir de ahora, nunca más veremos como normal al viejo tocón. Porque de ahora en adelante sabemos que el viejo tocón es un abusador sexual, un delincuente que debe ser denunciado penalmente.
La doctora Arce no pidió indemnización monetaria. Pero ella, al igual que las primeras denunciantes de Hollywood, son revictimizadas por parte de manadas de displicentes que pululan en las redes sociales. Que lo hacen por plata, les dicen. Que por qué no habían denunciado antes. No se dan cuenta de que hasta ahora sabemos que aquel asco y aquella vergüenza que sentíamos al ser manoseadas no eran algo normal, que tuviéramos que aguantar. No se dan cuenta de lo difícil que es decir basta.
Confrontar al abusador requiere coraje. El Arrecho de mi pueblo murió de viejo sin que nadie lo hubiera denunciado nunca. Él era un viejo insignificante. En cambio, Óscar Arias encarna el poder en todo el largo y ancho de la palabra.
Hacer que los hombres poderosos rindan cuentas es particularmente difícil debido al machismo, la corrupción y los altos niveles de impunidad. Pero el sistema de justica costarricense está obligado a demostrar que el abuso sexual contra las mujeres no es parte del paisaje de la Costa Rica del siglo XXI y que los Arrechos, así como los Óscar Arias, todos por igual, tienen que rendir cuentas de sus actos.
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