Don Burro, vistiendo una corbata para la ocasión, llegó a la sede del Consejo Nacional Electoral (CNE) en Guayaquil, con toda su papelería en orden para inscribir su candidatura. Lo acompañaban sus “asesores” con portafolios llenos de papeles, algunos “guardaespaldas” que vestían chalecos antibalas al estilo SWAT, y un ejército de zanqueros y juglares que le ponían alegría al evento. La negativa del CNE a inscribirlo no ha menguado los ánimos de quienes lo postularon. Don Burro es cada vez más popular, y su cuenta de Twitter tiene nuevos seguidores a cada hora, bajo el lema de “no votes blanco, no votes nulo... ¡vota por Don Burro!”.
Hay mucho más al fondo que una nota curiosa. No se trata de llevar a través del sufragio a un nuevo Incitatus –el caballo favorito de Calígula, que este nombró senador– a la Asamblea ecuatoriana. Aquí hablamos de una reivindicación de lo que debería ser el quehacer del legislativo, y sobretodo de un voto consciente e informado por parte de los ciudadanos.
El lector podrá coincidir conmigo que el mundo de la política es una mezcla de lo siniestro, grotesco y burlesco. Especialmente en el ámbito legislativo, que en teoría debería ser el espacio de representación de los intereses de los electores, la presencia de poderes fácticos termina condicionando las decisiones más importantes. Un ejemplo reciente: la aprobación, hecha a la medida, de las reformas a la ley de telecomunicaciones en Guatemala, renovando por 20 años las concesiones del espacio radioeléctrico, para las grandes compañías que ya lo explotan, con la posibilidad que al cabo de ese período, el usufructo pueda ser renovado sin necesidad de ir a subasta.
Una de las críticas comunes que se hace a los cuerpos legislativos, se da sobre la idoneidad de quienes los conforman, llevados a esas posiciones, en muchos casos, por una lógica de los electores que parece obedecer exclusivamente a factores clientelares. Así, abundan especialistas en no asistir a las sesiones, oradores de largo aliento, boxeadores y especialistas en artes marciales.
La calamidad que representan los legislativos tiene la característica intrínseca de siempre poder empeorar. Y en el caso del Ecuador, la llegada de la farándula local, termina por complicar las cosas. Así, la actual Asamblea, y las listas de candidatos que serán electos en enero, se han llenado de presentadores de televisión, modelos, bailarinas, dirigentes deportivos, cantantes de todos los géneros musicales, reinas de belleza, cronistas deportivos, y las viejas glorias de la selección ecuatoriana que clasificó a los mundiales de Corea–Japón y Alemania.
El ecuatoriano no es el único caso. Y tampoco se trata de un vicio tropical de los países de esta esquina del mundo. Solo hay que recordar que Berlusconi impulsó al legislativo italiano, y a su gabinete, a algunas de sus amantes.
Algún espacio cabe para la esperanza: en las elecciones legislativas de 2010 en Brasil, el payaso Tiririca fue electo al Congreso, con la segunda mayor votación de la historia de ese país. Su slogan de campaña preguntaba: “¿Sabe usted lo que hace un diputado?, yo tampoco, pero elíjame y le cuento”. Tiririca fue electo este año como el mejor diputado de Brasil, por parte de los periodistas que cubren el legislativo.
Don Burro no será candidato. Pero su mensaje crítico no debe caer en el vacío. Algo debe empezar a cambiar, especialmente por el lado de los electores. Y sí, mi voto habría sido para Don Burro.
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