Pero lo que se estudia con menos detenimiento es la ingeniería propia de la gestión de servicios de asistencia social que en principio debieran ayudar a familias e individuos a salir de la pobreza. Esto nos recuerda el sugestivo libro de Joe Soss, Richard Fording y Sanford Schram titulado: “Disciplinando a los pobres: paternalismo neoliberal y la persistencia del poder racial” (2011), el cual llama la atención sobre la perversidad del sistema de asistencia social estadounidense que, según el autor, se ha vuelto punitivo en lugar de facilitador, producto de las políticas neoliberales de las últimas décadas.
El principal argumento del libro, basado en una sólida investigación cualitativa y cuantitativa del sistema de asistencia social de la Florida, reside en que el sistema de prestación de servicios a las poblaciones más vulnerables se ha vuelto más mercantilizado bajo la premisa de rendimiento, en lugar de brindar oportunidades y honrar los derechos de los usuarios que les permita salir efectivamente de la pobreza, acorde a sus necesidades. De tal suerte que la burocracia se convierte en una máquina punitiva y sancionadora del comportamiento de los clientes, en un ente que gestiona la pobreza bajo los principios del mercado (rendimiento, rentabilidad y competencia) con la finalidad de maximizar ganancias para los proveedores privados de estos servicios, en detrimento del bienestar de las personas.
Los autores no deducen que se deba abolir los programas de asistencia social pues también destacan ejemplos de buenas prácticas. Lo que debe repensarse es este tipo de sistema condescendiente que refleja los principios de la nueva gestión pública, de tal cuenta que no siga centrado en el espíritu punitivo de recompensas y castigos del usuario cuando este no logra cumplir con las expectativas del entramado burocrático. Es obvio que quienes tienen menos acceso a educación, recursos e información para utilizar el sistema, son los más afectados. Y la investigación de los autores refleja sin sorpresas que las personas más afectadas o sancionadas por el sistema son las minorías étnicas, particularmente las poblaciones afroamericana e hispana. De allí que los autores también consideran centrales el tema del poder y las relaciones raciales en la gestión de políticas contra la pobreza.
Soss y sus colegas formulan argumentos que son de cierta forma novedosos en este país, si bien en América Latina –y en Guatemala en particular–, nuestras sociedades fueron impactadas severamente por políticas económicas neoliberales después del famoso Consenso de Washington a finales de los años ochenta: desregulación, eliminación de tarifas arancelarias, tratados de libre comercio, privatización de los servicios públicos, etc. El efecto de “derrame” o “poporopo” de la riqueza esperado se quedó en pocas manos, marginalizando a grandes sectores de la población. El coeficiente de Gini tanto para Guatemala como para los Estados Unidos es uno de los más elevados del mundo (0.450 y 0.55 respectivamente), revelando la inequidad de la distribución de la riqueza.
El libro ofrece un nuevo paradigma para quienes trabajan el tema de asistencia social o (re)diseño de programas sociales, ante todo después de la recesión que ha puesto el tema de la pobreza y la desigualdad en una dimensión más concreta al revelarse que casi 50 millones de estadounidenses viven en pobreza, al menos 2 millones de ellos con ingresos similares a los pobres del tercer mundo, según Soss.
En Guatemala se renueva el tema del desarrollo social y resurgen preguntas sobre cómo integrar y coordinar políticas y entidades gubernamentales, no gubernamentales y de la cooperación internacional con el fin de lograr la implementación de una política coherente en el país. Para ello es también importante realizar una seria evaluación de la nueva gestión de políticas por resultados y estudiar si son estas de carácter privado-paternalista o buscan realmente empoderar y equipar a las comunidades para su bienestar y prosperidad.
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