Los rangos del número de muertos oscilan entre 74,809 en Estados Unidos y tan solo 1 en lugares como las Islas Vírgenes, Mauritania, Comoras y otros lugares del planeta. Extrañamente, hay menos fallecidos en algunas circunscripciones geográficas del mundo que tienen una densidad poblacional cercana a la de Nueva York (el estado más afectado por la pandemia en Estados Unidos). Tal es el caso de Buyumbura, la ciudad más poblada de Burundi (África Oriental), cuya densidad poblacional es de 7,613.35 habitantes por kilómetro cuadrado. A diferencia de Estados Unidos, Buyumbura solo tiene un fallecido.
Eso significa que aspectos como dónde, cómo y qué estudiar con relación a los diferentes fenómenos generados por la pandemia (vinculados al ámbito médico) sobran el día de hoy.
Para fines de este artículo, me interesan la humanidad y aquellos dilemas éticos que ya le están sobreviniendo como consecuencia de la peste. Entre ellos (y muy particularmente), el dilema de cómo encarnar cuatro valores humanos que el jesuita Antonio Gallo Armosino llamó Mis valores adultos: la dignidad, la libertad, la responsabilidad y el servicio.
Las epidemias —no me cansaré de repetirlo— ponen en el tapete los rasgos más nobles del ser humano y las perversidades más mezquinas de los remedos de los seres humanos. Así ha sido desde la época de la peste negra (y desde mucho antes) hasta la actual. Y sin lugar a dudas debemos pugnar por la nobleza en estos momentos de crisis. Es por ello que argüiré respecto a esos valores y a la manera de alcanzarlos.
En cuanto a la dignidad humana, se dice que «es el derecho que tiene cada ser humano de ser respetado y valorado como ser individual y social, con sus características y condiciones particulares, por el solo hecho de ser persona». Dadas las circunstancias, muy especialmente las de América Latina, una manera de ganarnos ese derecho será, de ahora en adelante, saber elegir a nuestras autoridades, a nuestros representantes y a nuestros funcionarios. A nivel mundial, el manejo (casi absoluto) de la pandemia está cimbrado en la ciencia y en los científicos cuando debería estar pivotando en el escenario de la política y de los políticos, quienes tendrían que estar al servicio de los científicos. Pero no es así porque no tenemos estadistas en nuestros gobiernos. Y la humanidad no puede seguir en ese caos. Hoy grotescas caricaturas de políticos solo están sirviendo para poner zancadilla a quienes han optado por el opus humanum (el bien por el bien mismo). De esa cuenta, o no hacen o no quieren hacer. Y frecuentemente no dejan hacer.
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De la libertad humana quiero resaltar, más que su definición, las características de sus enemigos. Estos son «el miedo, el fanatismo, la indecisión, el egoísmo excesivo y la falta de información». Diga usted, estimado lector, si no el miedo, a falta de una información certera y veraz en esta crisis en que nos colocó el SARS-CoV-2, ha prevalecido en nuestros entornos y no ha permitido que la humanidad discierna de la mejor manera. Por consiguiente, debemos recuperar nuestra libertad a paso rápido porque la deshumanización (como proceso de pérdida de nuestras cualidades de seres humanos) ya está en nuestras narices.
La responsabilidad y el servicio van de la mano. De la responsabilidad dice Gallo: «Proviene del latín responsum, que se puede traducir como un saber responder». Y del servicio indica que «el ser humano es un servus servorum, es el que sirve a los demás. Sin servicio, nuestra profesión pierde sentido». Ejemplos de ello se encuentran en más de 300 médicos y enfermeras que han perdido la vida durante esta pandemia trabajando en el servicio a sus semejantes.
Así, nuestros dilemas éticos como humanidad (después de la pandemia) podemos reducirlos —como un primer paso en el camino hacia una nueva aurora— a la escogencia de nuestros gobernantes: seguir optando por politiqueros corruptos o empezar a optar por estadistas que privilegien la vida, la salud y la educación. Porque seguro estoy: si el dinero que se ha invertido en la carrera armamentista mundial se hubiese dedicado a la investigación científica, no estaríamos en los trapos de cucaracha que nos están asfixiando en la actualidad.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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