Destaco entre ellas, los municipios de Guasave y Badiraguato. Estos dos tienen mucha importancia. Guasave Sinaloa es el municipio donde naciera el otrora trovador del Cartel de Sinaloa, Valentín Elizalde, muerto a tiros por entonar el narco-corrido ¨A mis enemigos¨ en clara dedicatoria el Cartel del Golfo. Badiraguato Sinaloa es el municipio donde naciera no solamente Joaquín Guzmán Loera sino además, sus primos lejanos, los hermanos Beltrán Leyva y tantos otros príncipes de la mafia mexicana. Al menos los 11 que reconfiguraron el mundo del narcotráfico a la muerte de Amado Carillo eran de Badiraguato.
La muerte ha acompañado la matriz cultural. Ralph Linton –clásico de la antropología cultural– explica con claridad cómo, sin importar las características de cualquier grupo humano o proto-humano, el ritual funerario está siempre presente. La matriz civilizatoria mexicana antigua sabía caminar de la mano con la muerte. No hay residuo estructural azteca donde no se encuentren esqueletos y calaveras. El culto a Mictlantecuhtli (dios azteca, zapoteca y náhuatl del inframundo) era tan importante como el culto a Tláloc (dios de la lluvia) o el culto al dios sol azteca (Huitzilopochtli). Durante la etapa revolucionaria, la muerte, en su representación popular, la catrina, acompañó a los mexicanos de inicios del siglo XX. La muerte, según José Guadalupe Posada, era democrática pues todos terminan hechos calavera. Fue esta la época del aparecimiento de los primeros corridos, algunos de ellos enalteciendo el acto de matar, como el siguiente: ¨La calavera con dientes, que le dice al gran matón: ¡Y ay reata, no te revientes, que es el último jalón!¨
Los mexicanos, antiguos y modernos, han siempre colocado ofrendas a sus muertos. Los antiguos mexicas debían de colocarlas para apaciguar al dios que demandaba sangre: El cautivo, el vencido, el conquistado en guerra era partido, desmembrado, desnudado, y su cráneo fragmentado con el maquahuitl o mazo de guerra. Los modernos mexicanos levantan altares, adornados con fotografías de sus muertos, flores de la región, vegetales, aromas, alcohol y, según su profundidad simbólica, serán de tres o hasta siete niveles para representar los diferentes mundos por los cuales transita el alma humana.
Pero hay otro tipo de altares que levantan los modernos mexicanos, y no me refiero al culto a la Santa Muerte. Me refiero a las escenas de los asesinatos del crimen organizado. Los modernos altares de muerto, siempre con el producto más fresco y más importante: cadáveres recién hechitos, desmembrados, con los pantalones y ropa interior bajados, y el cuerpo hecho trizas por el nuevo maquahuitl mexicano: El cuerno de chivo. Algunos narcos han de ser sumamente católicos pues, sobran los cadáveres donde las marcas de fustigación son claras: La fustigación, recuérdese, método de la Inquisición, consistía en azotar a la víctima con una fusta o vara hasta que la carne se desprendiera.
El último gran altar de estos modernos mexicas adoradores de la muerte se vio en Veracruz, cuando en plena reunión de procuradores nacionales, más de 30 cadáveres fueron regados, otros colocados en pirámide, frente al hotel donde se llevaba a cabo la reunión.
Pero hay otras formas ritualistas de muerte, al menos en Sinaloa, y en los municipios más alejados (allí donde no llega ni el ejército ni la prensa) que nos prueban que a pesar del tiempo los actos humanos mantienen estructuras universales. Las cabezas de los contrarios se cuelgan en varas de madera clavadas en tierra para delimitar el territorio; las casas de los traidores ven pintadas en sangre sus dinteles cual Pascua Judía con los nombres de los que han chillado a la autoridad.
En México, es siempre día de los muertos.
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