Ambas realidades son sinérgicas entre sí y tienen el potencial, cada vez mayor, de generar eventos desastrosos. Aunque de manera breve y simple, resulta interesante analizar estas dos realidades a partir de: (1) las evidencias actuales, (2) las responsabilidades, (3) la cobertura mediática y (4) la forma en la que se deben asumir.
En el primer caso -las evidencias- y tomando solamente los componentes básicos del “entorno natural” es decir, la vegetación, los suelos, la atmosfera y el ciclo del agua, destaca los siguientes hechos para la realidad local. Los bosques se pierden a una tasa cercana al 2% anual, una de las más altas de América Latina. La deforestación está totalmente fuera de control de las autoridades ya que el 95% del flujo de productos forestales que se deriva de los bosques eliminados es ilegal. Estos ritmos y las dinámicas establecidas, francamente imposibles de controlar con el esfuerzo actual, socaban cualquier posibilidad de impulsar el sector forestal y con ello lograr mantener e incrementar los bosques. No hay capacidades hidráulicas para almacenar y conducir agua en cantidad y calidad conforme la demanda, pese a que nuestro superávit hídrico es entre 8 a 10 veces mayor que ésta. La contaminación del agua es generalizada y explicada, entre otros aspectos, por una baja tasa de alcantarillado -23% en área rural y 83% en área urbana- y al vertido, en los cuerpos de agua, de más de 1,500 millones de metros cúbicos de aguas residuales sin tratamiento, provenientes de actividades agropecuarias e industriales y de los hogares. La carencia de programas nacionales de conservación de suelos en actividades agrícolas ha conducido a severas presiones al menos, en un 15% del territorio nacional con la consecuente erosión de al menos 150 millones de toneladas de suelo. Con la creciente contaminación atmosférica derivada de las actividades de generación eléctrica, industria de alimentos, transporte y combustión de biomasa en los hogares -unida a la pérdida de capacidad de fijación de dióxido de carbono por la pérdida de bosques- hemos alcanzado la condición de país emisor neto de gases con efecto invernadero.
Con respecto a la realidad global parece que existe un nivel razonable de aceptación acerca de que las temperaturas aumentaron de manera global y en valores superiores a la media general. Sus proyecciones señalan una tendencia progresiva a un calentamiento real. Habrá menos lluvias y una mayor amplitud y frecuencia de anomalías térmicas mensuales.
En el ámbito de las responsabilidades y con respecto a la realidad local, sabemos que la fórmula del crecimiento económico para satisfacer demanda sociales no ha funcionado, pues la múltiples actividades productivas no solo han degradado y contaminado los sistemas naturales, sino que, no han generado condiciones mínimas de bienestar para más de la mitad de la población guatemalteca. Con respecto al cambio climático, éste se explica a partir del ritmo con el cual la humanidad está utilizando combustibles fósiles, hecho que lleva a reflexionar sobre la forma en la que nuestras economías deberán adaptarse a nuevos límites naturales que permitan sustentar sanamente a nuestras sociedades.
En el ámbito de la cobertura mediática resulta dramático que la realidad ambiental local no ha despertado el suficiente interés para inducir un mayor compromiso político, traducido en capacidades humanas, físicas y financieras, para asegurar la protección efectiva de los bosques, el agua, los suelos, la atmosfera, la biodiversidad, los paisajes y otros bienes naturales. Mucho menos, para demandar la inversión de los enormes flujos financieros, que de su explotación desmedida se han desprendido, en formación de capital social. Muy conveniente resulta en estos tiempos ampararse en la simpatía generalizada que despierta el reconocimiento al cambio climático. Es decir, mientras que durante décadas se ha ignorado la necesidad de frenar los ritmos de deterioro ambiental, hoy nos rasgamos las vestiduras por las amenazas del cambio climático, intentando atribuir a éste, todos los males que nos esperan. Bien, frente a esta amplia sensibilidad, es oportuno recordar que el cambio climático incrementará las dificultades para erradicar la pobreza. Más aún, se incrementarán las desigualdades en materia de salud y acceso a alimentos adecuados, agua limpia y otros medios de vida.
Es preciso asumir estos desafíos ahora; y sin dejar de reivindicar las obligaciones entre países ricos y pobres a escala global, debemos reconocer las obligaciones entre los sectores más solventes y los más vulnerables a escala nacional. Enfrentar la sinergia entre la realidad ambiental local y el cambio climático global, requiere de otro cambio: el socioeconómico e institucional.
Más de este autor