Más aún durante el conflicto armado, cuando la incertidumbre y el terror reinaban. Incluso en las últimas décadas, ante los actos violentos de la posguerra y de la delincuencia común que empezaron a incrementarse —o los cataclismos naturales que no han mermado—, la angustia que siempre carcome es poder comunicarnos y saber dónde y cómo se encuentran nuestros familiares.
Sin ser madre, pero con sobrinos y sobrinas y habiendo sido maestra de primaria, puedo tratar de imaginar el sufrimiento, la desesperación, la incertidumbre y el miedo que miles de niños y niñas en la frontera entre Estados Unidos y México sienten ante la decisión del Gobierno de separarlos de sus padres si las familias son aprehendidas tratando de cruzar la frontera.
Por meses Trump ha estado jugando con la idea de que protegería a los beneficiados con el programa DACA. Incluso ha insinuado que apoyaría una suerte de residencia legal, con un camino hacia la ciudadanía a largo plazo, en tanto se dedicaran fondos para construir el famoso muro en la frontera sur del país. Sin embargo, ninguna de sus promesas en el tema ha prosperado a nivel legislativo debido, entre otros factores, a la falta de consensos dentro del mismo Partido Republicano.
No obstante, es a nivel de procedimientos y de políticas administrativas o judiciales, con la complicidad del fiscal general, el ultraconservador Jeffrey Sessions, donde las políticas más draconianas han tenido mayor eco y apoyo por parte del presidente de turno. Desde abril, cuando se dictaminó «tolerancia cero» para disminuir las peticiones de asilo en puertos de entrada en la frontera, el número de detenidos se ha disparado. Sessions ha tratado de legitimar esta nueva práctica citando pasajes selectivos de la Biblia, basados exclusivamente en la fiel aplicación de la ley según las Escrituras. Pero hasta sus bases cristianas más conservadoras se están distanciando de tales disparates fundamentalistas.
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La política de criminalización de inmigrantes que buscan asilo se ha convertido no solo en un negocio lucrativo en uno de los condados más pobres del país, sino también en fuente de trabajo para sus habitantes, cuyo ingreso medio es de US$34,578 al año. Un antiguo supermercado Walmart fue convertido en centro de detención de al menos 1,400 niños — centroamericanos un gran porcentaje de ellos—. Dado el desborde de las detenciones, se están acondicionando tiendas de campaña en bases militares que aparentemente han sido suministradas más rápido que los damnificados del huracán María en Puerto Rico. Pero además los niños permanecen en gigantescas jaulas donde apenas tienen colchonetas y frazadas térmicas. Dichas prácticas, a todas luces crueles e inhumanas, han sido calificadas por la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas como una violación de leyes internacionales y de derechos de los niños.
Como bien indica el profesor Carlos Heredia Zubieta, del CIDE, desde que llegó Trump al poder la situación de los migrantes mesoamericanos ha empeorado por tres razones. La principal, en mi opinión, es la visión del migrante desde la supremacía blanca, plasmada en políticas xenofóbicas y racistas. Como lo he dicho anteriormente, los cambios demográficos amenazan la preminencia de la población blanca en este país y, con ello, su privilegio y poder. Dado el patrón de la retórica antiinmigrante de Trump desde el anuncio de su candidatura a presidente, cada vez quedan menos dudas de que el ala ultraconservadora y nacionalista reflejada hoy en su administración está tratando por todos los medios de extender por un par de décadas más la mayoría de blancos mediante la deportación de personas de color y la obstaculización de su entrada.
El problema es que, así como aquel insensato alcalde que quería construir un muro para detener la lava del volcán de Fuego, nada detendrá el magma de personas vulnerables que buscan puerto seguro en Estados Unidos. En tanto no se vislumbren muros de contención en los países de origen —es decir, oportunidades, trabajo, condiciones de vida digna, seguridad e inclusión—, las leyes migratorias, por muy sagradas que sean, se diluyen como las cenizas ante la desesperanza.
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