Los resultados fueron desastrosos, especialmente si los ven ojos acostumbrados a la adulación y el sometimiento, como son algunas de las características de quienes actualmente nos gobiernan. Su contraataque: lamentablemente simples acciones de propaganda y no de cambio o modificación de prácticas, procedimientos y políticas.
La encuesta mide aprobación y desaprobación, dicotomía que simplifica el análisis porque esconde una amplia gama de posiciones que van desde la aprobación total hasta la desaprobación completa. Pero haciendo esa salvedad, los datos deben analizarse considerando no sólo la simple aprobación y desaprobación sino, sobre todo, la aprobación neta, es decir, el peso real que en el imaginario social tiene esa aprobación o desaprobación, y que se obtiene restando una de la otra.
Y en esa forma de ver los datos, notamos que el Presidente ha transitado de una aprobación neta de 76.6% (86.9% – 10.3%) en febrero de 2012, a tener apenas 24.5% (60.5% -36%) en abril de 2013. Es notorio, pues, que la medida populista y falta de criterio fiscal de reducir el impuesto de circulación y premiar a los morosos surgió luego de que conocieran estos datos, lo que explica el aislamiento e ineficacia fiscal de la medida. Lo que importaba era mejorar la imagen de la pareja gobernante y no necesariamente fortalecer al Estado y sus instituciones. La desesperación por el aplauso y los vivas ha hecho que renuncien a la visión de largo plazo en la construcción de una sociedad democrática. Cualquiera aprobará que le reduzcan los impuestos, pero ello no obliga a que de inmediato endosen aprobación absoluta a un régimen en el que la violencia y aumento en el costo de la vida resultan imparables.
Hay que decir que la aprobación bruta obtenida por el presidente (36%) es igual a la votación recibida en el primer turno electoral de 2011 (36.1%), lo que permite decir –con las salvedades del caso- que el Patriota sólo cuenta, por ahora, con aquellos que con fe ciega les apoyaron en las elecciones. Todos aquellos que debieron decidirse por ellos en segunda instancia, luego que su candidato preferido no llegó al segundo turno, han manifestado explícitamente su desaprobación a la forma y manera como se conduce el Ejecutivo y serán de aquí en adelante díficiles de convencer, aunque les pongan en cero las cargas fiscales.
De allí que las acciones de propaganda hayan tendido a complacer más a las clases medias –reducción drástica de impuestos- y a los sectores más depauperados, con regalo de fertilizantes, comida y dinero, entregados siempre con más bulla y aparato que con claridad de metas y visión de largo plazo.
Los datos así analizados permiten ver además que, cuando se trata de los ministros, los únicos que tienen aprobación neta positiva son los de Comunicaciones (41.9%) Defensa (15.1%) y Cultura (13.3%), por lo que el primero comienza a consolidar su candidatura presidencial con el partido oficial. Extraño pareciera que el “feriante” ministro de Cultura tenga aprobación bruta del 40.8%, y si ésta es en parte producto de la elástica, aburrida y sosa interpelación a la que fue sometido, ministros como los de Energía y Minas (-35.9%) Economía (-30%) y Finanzas (-24.7%) deberían rezar para que les interpelen, pues su aprobación neta es altamente negativa.
En otras condiciones y con actores políticos responsables y democráticos, lo evidente sería que para revertir la tendencia a la desaprobación, el gobierno presentase a la población propuestas diferentes, con una amplia revisión de lo hecho por los ministros peor evaluados, sin embargo, lo que se nos ha recetado es más propaganda y demagogia. Ganarán mucha plata los dueños de los medios de comunicación, en particular las radios y televisoras; los publicistas oficiales tendrán asegurados sus bonos 16 y hasta 20, pero con comportamientos políticos así, la situación económica y social del país no mudará un ápice.
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