Las elecciones del 3 de febrero implican una reconfiguración del sistema político: la victoria del ahora presidente electo Nayib Bukele, del partido GANA, marca una ruptura en el cúmulo de poder que tuvieron la Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y el FMLN desde el Ejecutivo durante los últimos 30 años. Pero el partido que logró ponerle fin a esta dinámica no es ajeno a los abusos que explican este reacomodo. La GANA (Gran Alianza por la Unidad Nacional) fue fundada por diputados tránsfugas de la Arena y financiada por fondos públicos desviados en la primera presidencia del FMLN. Y aunque Bukele utilizó esto como vehículo, se desmarcó hasta el punto de cambiar la bandera, consciente de los vicios que la definen y aprovechando el hartazgo de la población.
Este resultado ha generado una grave crisis dentro de los dos partidos mayoritarios, enormes máquinas electorales que han sido fuertemente golpeadas por casos de corrupción. Ninguno ha sabido leer las exigencias de los ciudadanos respecto a la evolución en la forma de hacer política, que ya no puede responder a los intereses personales de los representantes, sino al bienestar de los representados.
A pesar de algunos tímidos intentos de transformarse, y de los candidatos de separarse de las marcas manchadas, el rechazo pudo más. Los ciudadanos han perdido la confianza en los políticos y la credibilidad en la política —y con razón—. Enfrentamos diariamente altos niveles de inseguridad y de violencia, servicios públicos deficientes, falta de empleo y de oportunidades. Muchos no sueñan siquiera con un mejor futuro para nuestro país, entre ellos los cientos que huyen diariamente hacia Estados Unidos en busca de una vida mejor.
El descontento con los partidos tradicionales se percibe desde las elecciones legislativas y municipales de 2018 y fue confirmado por la participación de solo el 51 % del padrón electoral en 2019. Esto también evidencia el espacio para (y la necesidad de) el surgimiento de partidos políticos consistentes y coherentes, que ofrezcan a los ciudadanos una alternativa para sentirse legítimamente representados. En 2018 fueron creados Nuevas Ideas, por Bukele, aunque fuera del plazo para poder participar en esta contienda; Vamos, un partido conservador que obtuvo el 0.77 % de los votos, y Nuestro Tiempo, partido centrohumanista, que está actualmente en proceso de inscripción ante el Tribunal Supremo Electoral.
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Es indudable que el presidente electo ha generado esperanza. Con su estilo irreverente y su distanciamiento de los mismos de siempre, muchos consideran que su presidencia puede implicar un quiebre con las viejas mañas de la política. Sin embargo, los resultados también reflejan la decepción del voto duro, aquel que parecía históricamente imperdible y eternamente leal. Y hay también resignación: «que robe alguien nuevo» parece ser una premisa válida. Esto se hace más evidente cuando vemos los cuestionamientos que rodean al presidente electo y al partido, en torno a los cuales sobran los escándalos de corrupción, los contratos amañados y el abuso de privilegios.
Esto es preocupante al ver el nivel de las expectativas de los ciudadanos y la magnitud de los retos que la nueva administración deberá enfrentar, que requieren de consenso entre las fuerzas políticas para generar soluciones sostenibles. Es, sobre todo, importante escuchar y reconocer las preocupaciones diarias de los salvadoreños para tender puentes y trabajar por resolverlas.
Hoy, más que nunca, el rol que debemos asumir como ciudadanos exigiendo cuentas a los poderes públicos es fundamental para evitar que se repitan las prácticas de corrupción, nepotismo y abuso de recursos públicos. Hoy, más que nunca, los partidos deben fortalecer sus principios, renovar sus liderazgos, acercarse a los ciudadanos y ser una oposición constructiva y responsable. Hoy, más que nunca, las instituciones deben ser independientes e imparciales para garantizar que no haya excesos de parte de los líderes políticos y evitar que la nociva narrativa de la antipolítica se fortalezca.
Los nuevos partidos deben ser viables en sus propuestas y firmes en sus principios. Deben, además, pensarse como proyectos políticos a largo plazo, no únicamente con el objetivo de llegar a la función pública y ejercer el poder, sino para ser plataformas capaces de generar espacios de participación permanente. Los ciudadanos no estamos dispuestos a tolerar abusos y exigimos contundentemente una nueva forma de hacer política.
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