Y ese es el peligro mayor para Guatemala. Es la cosecha directa de la intervención de los poderes fácticos que bloquearon el proceso de rediseño del sistema político en aras de mantener el estado de cosas. Con esa necedad de controlar cualquier crisis para evitar que se produzcan olas, levantan el estribillo del Estado de derecho sin que de verdad les importe y satanizan a quien intente modificar mínimamente el sistema. Ningún acuerdo político que busque romper el esquema impuesto ha sido considerado.
Por ello, pese al reclamo y al amplísimo consenso ciudadano de la necesidad del cambio —el real, no el que le sirve al agresor como consigna—, este no se produjo. Guatemala fue a las urnas en la primera vuelta con las mismas reglas del juego que llevaron a Otto Pérez Molina y a Roxana Baldetti a tener en sus tenebrosas manos el manejo del Ejecutivo, manejo que ambos realizaron con miras a la instalación de un entramado de empresas paraestatales y criminales, dedicadas al saqueo de fondos públicos. Eso representó que se conformara un Legislativo con la mayoría parlamentaria vinculada al Partido Patriota (PP), de Pérez y Baldetti, y a Libertad Democrática Renovada (Líder), de Manuel Baldizón.
Pese a que los liderazgos de ambas franquicias han quedado formalmente fuera de la política, sus estructuras se han reciclado para el Legislativo y han nutrido la del agresor patrocinado por el Frente de Convergencia Nacional (FCN), el cual, según la encuesta más reciente, podría llegar también a arrebatar la presidencia.
Esta circunstancia representa el peligro de volver a empoderar a los tentáculos de quienes hoy guardan prisión por sinvergüenzas (Pérez y Baldetti) o quedaron fuera de la jugada política (Baldizón). De la mano de Jimmy el agresor llegarán también militares retirados con vínculos a graves violaciones de derechos humanos y, como en el caso de Byron Lima, a claras implicaciones en actividades de criminalidad organizada.
Sin cambios en el esquema electoral, el resultado está a la vista. El peligro que se cierne sobre Guatemala es muy grande, como si la fuerza de varios huracanes amenazara por ambas costas. Como si planteara el riesgo de inundarla con la avalancha de más de lo mismo, disfrazada de sonrisa comediante que hipócritamente jura no mentir y no robar, pero que al menor impulso se lanza a agredir.
Alguien a quien ni la posibilidad de ser filmado y fiscalizado por miles de televidentes le impide mostrarse como agresor es claramente un personaje incapaz de conducir el país por buen camino. Más bien lo llevará al derrumbe político y social. Con la mochila cargada de prepotencia, no le ha importado que se lo vea como majadero y agresor, pues se asume envestido de poder merced a los pactos que ha concertado.
Por eso es necesario hacer una pausa y meditar las implicaciones de su elección. Es prioritario reflexionar sobre la necesidad de no rempoderar a los violadores de derechos humanos, aunque vengan disfrazados de Caperucita Roja. Por ello, la lección más grande que puede darse a quienes impidieron el avance del proceso real de cambio es cortarle el aliento a su maniobra.
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