La estructura de dicho texto respeta el estilo tan particular que ya habíamos mencionado en Glas (y con el cual iniciamos esta serie de artículos). Contiene dos partes separadas. La primera fue escrita por Geoffrey Bennington y está titulada Derridabase. La segunda está titulada Circonfesión y es, puntualmente, una autobiografía del mismo Derridá dirigida a su propia madre quien está gravemente enferma y ya no le reconoce. En ese texto, al intentar dialogar con alguien que ya no puede reconocerle, Derridá abordará buena parte de los elementos distintivos de su herencia judía.
Esta herencia ha sido para Derridá un punto medular en su obra. Aunque jamás practicó el judaísmo que recibe de parte materna, mantuvo un diálogo interno, una tensión, una lucha durísima para vivir entre la sumisión por la tradición y la rebelión ante una herencia no pedida.
Derridá comienza inicialmente por asemejar la tradición judía heredada de su madre. Ha hecho ya referencia a la ´marca en la carne´, la marca de la herencia, del pacto, la marca de la ´diferencia´ y al mismo tiempo de ´la marca de la violencia´. Inicialmente uno puede interpretar que ´el tema de lo ´judío´ en Derridá es una forma de referir –en un lenguaje críptico− la reflexión sobre la forma puntual de la tradición en la cual al filósofo se le obliga a comprender, a expresar, pensar y escribir. La herencia es al mismo tiempo una tradición, y la tradición debe cumplirse a rajatabla. El peso de la tradición obliga a pensar en la ley, …. ´ya sea la ley para utilizar una categoría, para referir a un concepto, para abordar a un autor, para usar la gramática o, para simplemente, interactuar con el Dios que nos pide le demos de comer´ (Circonfesion, 56).
Pero lo interesante en Derridá, creo, es la forma como puede abordar lo personal y lo general en una sola frase. Con referencia al posible alcance de la tradición (y de la ley), Derridá refiere al manto de oración tradicional judío que le fue dado por su abuelo materno. La introducción a este punto es categórico cuando afirma: ´Le talith ne cache rien, ne montre rien: il se touche, se caresse et rappelle à chacun, singulièrement, la loi. ´ Circonfession (25)
Si algo se extrae de la anterior frase es lo siguiente...´La ley siempre es forzada´, la herencia siempre es entonces, no recibida sino forzada, o cortada, o marcada.
Por eso me parece que, Derridá reacciona muy pasionalmente ante el reconocimiento de la Ley-Marca-Violencia. Su relación con el manto de oración heredado de su abuelo materno de nombre Moisés, (que al igual que el Moisés del Sinaí le hace llegar el peso de la tradición) no es nada pacífica. La describe en términos de ´ Unión y alianza con lo impronunciable´.
No es para menos. Unión y pacto con el ´que no puede nombrase´, ´con lo que no puede ser representado en imagen, pintura o estatua´. En esencia, toda la simbología judía a un Dios tan alejado, tan distante, al que no puede conocerse directamente porque, ´quien contemple a Dios muere instantáneamente´ viene a referir lo ridículo de establecer un pacto entre partes que no pueden reconocerse. ¿O sí? Por eso resulta interesante que Derridá reflexione sobre esta temática en un diálogo con su madre judía, quien representa el peso de la Ley-Herencia-Marca-Violencia y que por cierto, ya no puede reconocerle.
Inteligentemente, Derridá intuye que el peso de la tradición, aunque lo quiera, no puede ser tan categórico. No puede cubrirlo todo, y precisamente por ello escribirá Derridá en relación al uso de manto de oración: ´Mi talit no tapa todo mi cuerpo y me deja vulnerable… Quizá me dé en secreto, no lo sé, techo o protección mas, lejos de asegurarme alguna cosa, me recuerda la herida mortal´….
Heredar es entonces una agresividad puesto que no nos es dado escoger nuestra tradición. ¿Es posible resistirla? ¿Esta tradición judía, del pacto, de la Ley-Herencia-Marca-Violencia es posible hacerla de lado? Basta recordar el verso del libro Jeremías que dice: ´ Si digo: No pensaré más en el Señor, no volveré a hablar en su nombre, entonces tu palabra en mi interiorse convierte en un fuego que devora, que me cala hasta los huesos´.
Por lo visto, resistir la tradición tiene un costo. Y es precisamente en cuanto a este punto que deseo comenzar a cerrar esta línea de artículos en relación a Derridá.
Es durante estos días, precisamente que se celebra el Día del Perdón, conocido popularmente como Yom Kippur, Día de Expiación o Día del Perdón. Aquel día del año en que el Sumo Sacerdote hebreo ingresaba al Santo de los Santos temblando de miedo para ofrendar al iracundo Dios hebreo. Si tenía suerte, el Sumo Sacerdote saldría del Santísimo confirmando que el perdón había sido otorgado.
Ahora bien, ¿Cómo es el perdón en un contexto de la Ley-Herencia-Marca-Violencia? ¿Es un perdón que perdona lo imperdonable o solamente lo perdonable? ¿Y qué es lo imperdonable?
¿Alejarse de la Ley-Herencia-Marca-Violencia? ¿O ello es perdonable? ¿Puede perdonar ´ese´ que resulta innombrable y tan extraño? ¿Puede ´un extraño´ perdonarme?
Es común durante la celebración del Día del Perdón escuchar en todos los templos judíos dos canciones rituales que marcan estos días, ´Avinu-Malekeinu´[1] (´Nuestro Padre y Nuestro Rey´) y ´Adom Olam´ (Señor del Mundo). Ambas canciones son impactantes, pero son canciones que legitiman la Unión-Sumisión al Pacto de la Violencia[2] y es allí donde se intenta encontrar perdón. ´Me someto y te reconozco para que me perdones´. La mejor representación de ello fue para mí contemplar a mi abuela, sobreviviente de Dachau, asistir al rezo de Yom Kippur. Aunque no rezaba ni cantaba, sus ojos preguntaban, ¿Qué hicimos mal?
Parece entonces que el pacto de violencia se castiga con violencia. Y la expiación se gana con la violencia misma. Sin capacidad de castigar, no hay posibilidad de perdonar, al menos en esta perspectiva. Por ello reconoce Derridá que: ´La ley siempre es forzada. Lo que queda es distinguir entre la fuerza de ley propia del derecho y, la fuerza de la justicia´. (El siglo y el perdón).
Derridá, desde su propio diálogo con el judaísmo, sueña con un perdón sin capacidad de castigar, sin necesidad de hacer uso del ´poder´, un perdón como un acto no económico, un perdón como un verdadero regalo sin condición ni contrato.[3]
Nadie puede decir si Derridá lo encontró. Durante el funeral de Derridá, su hermano realizó el rezo tradicional judío por los muertos, portando el tallit. Pero rezó en silencio pues Derridá no quería ningún tipo de plegaria pública. Hasta el final de sus días, Derridá fue críptico.
[1] Una de las mejores interpretaciones de esta canción litúrgica es la versión cantada por Barbra Streisand. En realidad es una pieza impresionante y su dramatismo hace pensar en el acto de quien ruega por perdón ante un trascendente y gigantesco poder superior, ante el cual solo queda la sumisión. http://www.youtube.com/watch?v=0YONAP39jVE&list=RD02lMp9-QGoCDw
[2] Y esto no es sólo un problema judío, una Unión basada en un acto que sangra y marca la carne generando violencia al cuerpo. Al cristianismo no le va mejor, pues su marca de alianza es un inocente degollado en un madero. No solamente algo brutal sino injusto e inmoral: Que un inocente pague por el pecado de los culpables.
[3] No se trata de suponer que Derridá debería haberse hecho cristiano para poder entender la idea de la Gracia. Porque aunque ella resulta un regalo no merecido, hay al final un acto de poder brutal al castigar a quienes simplemente deciden rechazar esa gracia. En ese sentido, la diferencia entre cristianos y musulmanes radicales es sólo en grado: El islam radical mata en esta vida terrenal para ajusticiar al infiel, y el cristianismo espera al Final de los tiempos. Dos religiones que hacen violencia a lo diferente.
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