¡Recordemos el ofrecimiento de un flamante candidato de llevarnos al Mundial de futbol! Como si no hubiera suficientes problemas en Guatemala para prometer algo tan frívolo y desconcertantemente complejo, en especial si consideramos que mientras todos los países del área han planificado su desarrollo futbolístico Guatemala sigue apostando por “golpes de suerte y de coraje”, como ocurrió con los muchachos de la Sub-20. Muy loable lo que hicieron, por cierto, pero sin una planificación seria y de largo plazo nunca pasaremos de “jugar como nunca, perder como siempre”.
Si fuera cierto lo que dice aquel viejo adagio de que “cada pueblo tiene el Gobierno que se merece”, parafraseando, diríamos que todo pueblo “produce” a los políticos que mejor se adaptan a la mentalidad de cada sociedad; por eso hay tanta impunidad en la política de Guatemala. ¿Se produjeron hundimientos en una ciudad muy importante y no se deducen responsabilidades?, ¿se divorcia una conocida pareja presidencial para “evadir” una prohibición constitucional y no pasa nada?, ¿se vincula a un exdiputado en el desfalco millonario al Congreso y la justicia avanza poco? Y así, una larga lista de impunidades a lo largo y ancho del país ocurren sistemáticamente, ¿y cuál es el premio a todas estas irresponsabilidades e inconsistencias en el actuar? ¿Es que acaso hay un castigo ejemplar de la sociedad y los culpables, si no van a la cárcel, se retiran de la arena política?
Para nada. Uno es candidato a ser reelecto como alcalde, mientras que la otra es candidata fuerte a la Presidencia de la República; todo esto ocurre siempre con el beneplácito y complicidad de numerosos aliados, aduladores y “socios” que solo buscan el derecho de su nariz. ¿El resultado? La historia se repite indefinidamente, solo que cada vez cambia el nombre y el grupo que lo apoya y que se beneficia de tales hechos, mientras que el resto de la sociedad es apenas un espectador, sin posibilidades de entrar en la danza de beneficios, a menos que “venda” sus principios a cambio de una lealtad inmoral a un grupo que, en compensación, le ofrecerá beneficios indefinidos.
El principal mal de Guatemala, por tanto, es la multitud de caudillos y sus respectivas “huestes”, que se apoderan cada cuatro años de la institucionalidad del Gobierno, haciendo de las instituciones públicas una enorme “piñata”: una situación que la teoría de juegos llama “suma cero”, ya que solo uno (y su grupo) lo gana todo, mientras que el resto lo pierde todo. Y mientras el grupo se mantenga en el poder, la posibilidad de entrar, si perteneces a otro grupo, es prácticamente nula.
En la experiencia de otros países, como México, esta situación perduró por mucho tiempo: desde la independencia hasta la revolución, un siglo después. Y una de las figuras emblemáticas de ese período caudillista es el general Santa Ana, quien en repetidas ocasiones fue protagonista de la historia mexicana del siglo XIX.
Esto fue así hasta que llegó otro gran caudillo, el general Lázaro Cárdenas, quien con su liderazgo y su visión logró incluir a todos los caudillos mediante un “pacto” que fundó la institucionalidad, a través de un “partido-Estado” —el PRI— con una regla de sucesión: no se permitía la reelección del caudillo, así como tampoco la absoluta hegemonía del grupo ligado al mismo.
El famoso dicho que inspira la película La ley de Herodes —“o te chingas o te jodes”—, ejemplifica esta “regla de sucesión” en México: si te tocó perder en esta oportunidad, el sistema te garantiza que en la próxima vas a llegar al poder. Eso quiere decir que la exclusión no es ni total ni permanente.
La esencia de todo pacto fundacional, entonces, es la capacidad de construir una “patria” en donde todos estemos incluidos y no solo “los de la foto” de turno. Con esa mentalidad excluyente, todos los conceptos se transforman: del concepto oficial de “solidaridad”, al informal de solidaridad, pero solo para los elegidos; de “mi familia progresa”, a la familia que progresa es la del caudillo, sus amigos y allegados.
Si aplica esta sencilla regla, toda promesa electoral está destinada a cumplirse, pero únicamente para quienes pertenecen a lo que muchos llaman la “rosca”, o los incondicionales del caudillo. ¿Prometen empleo? Claro, pero para él, sus familiares, amigos y aliados serviles. ¿Prometen desarrollo e inversión? Por supuesto, pero no para todos, solo para los allegados.
¿Quiere descubrir la lógica caprichosa de muchos proyectos de infraestructura? Busque la lista de aliados, familiares o allegados del caudillo de turno, ya sea nacional o local, y descubrirá que muchos proyectos públicos se planifican pensando en intereses muy particulares.
¿Entonces, no tenemos salida? Paradójicamente, todo empieza y termina con el caudillo. En las manos del gobernante de turno está la llave para continuar la misma historia y pasar a formar parte de la “galería” de los caudillos o la de intentar, de veras, construir un pacto real que incluya a todos los principales sectores de este país, para que quienes no pertenezcan a la “rosca” no tengan que mudarse de país para aspirar a una vida digna.
En nosotros también está el cambio: seguimos apoyando figuras egoístas, fuertes, que parece que nunca se equivocan y que nunca escuchan a los demás, o buscamos verdaderos líderes, dispuestos a trabajar no por quien lo adula y lo encubre, sino por quien lo critica y lo obliga a ser mejor. De nosotros también depende.
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