Esa frase, según ella, ilustraba las creencias del filósofo francés.
A Voltaire le tocó vivir en el siglo XVIII y como fiel representante de la Ilustración, defendió la tolerancia por encima de todo. Esa preciada capacidad de aceptar a alguien que tiene opiniones, o valores distintos a los de uno, e incluso diferentes a los de la sociedad en su conjunto, es sin duda, un elemento fundamental para la convivencia pacífica.
La tolerancia tiene su base en el respeto al otro y en el r...
Esa frase, según ella, ilustraba las creencias del filósofo francés.
A Voltaire le tocó vivir en el siglo XVIII y como fiel representante de la Ilustración, defendió la tolerancia por encima de todo. Esa preciada capacidad de aceptar a alguien que tiene opiniones, o valores distintos a los de uno, e incluso diferentes a los de la sociedad en su conjunto, es sin duda, un elemento fundamental para la convivencia pacífica.
La tolerancia tiene su base en el respeto al otro y en el reconocimiento de que esa persona tiene los mismos derechos que uno mismo. Por ejemplo, el respeto a un homosexual no significa que yo lo sea, es solo que reconozco que él como persona puede tener otra preferencia sexual, distinta a la mía, pero igualmente válida. No se trata de aplaudir su opción, pero tampoco debemos reprenderlo por pensar y actuar distinto.
Existen temas que apasionan más que otros. La política, el sexo, el aborto, la religión son sólo algunos ejemplos de temas peliagudos. Por lo general, la regla es: entre más polémico es un tema, menos tolerantes nos volvemos. Y entre más intereses estén en juego, más intransigente será nuestra actuación.
El fin de semana anterior fuimos testigos de la intolerancia de un medio de comunicación. Prensa Libre despidió a la escritora Margarita Carrera porque consideró que había violado un acuerdo editorial de no escribir en contra de ninguno de los dos aspirantes a ocupar la silla presidencial. Algunos argumentan que doña Margarita, a sus 82 años y con su trayectoria literaria, puede decir lo que se le plazca, y verdaderamente tienen razón.
Sin embargo, lo terrible del hecho es que el medio (Prensa Libre) sea el que defina a sus columnistas lo que pueden escribir. En tal caso, es una ironía llamarles columnas de opinión, cuando en realidad sólo pueden referirse a aquellos temas que el medio les permite opinar.
La violación al derecho de expresión no es sólo para Margarita, sino para todos los columnistas que osen escribir en contra de la línea editorial. Margarita fue restituida como columnista, pero el medio no se retractó de su política editorial. A la espera del guillotinazo quedan todos los demás columnistas si no se ajustan a la intransigencia del medio. Las opciones son dos, perder la cabeza o perder la pluma. ¿Será que algún día entraremos al siglo XXI?
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