Además de ser cofundador del Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC, por sus siglas en inglés), presidente de la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) y primer presidente del Centro Legal Sureño contra la Pobreza, Bond fue representante y senador estatal en el estado de Georgia por varios períodos. Por si fuera poco, también fue escritor, catedrático de historia en la Universidad de Virginia y profesor residente en la Universidad Americana. Pero, ante los retos raciales que persisten, nunca dejó de ser un activista.
Provoca resaltar la figura y la experiencia de Bond en un movimiento social y compararlas con la coyuntura guatemalteca a cuatro meses del levantamiento pacífico ciudadano. No porque la propia historia de Guatemala no ofrezca ejemplos que inspiren, sino porque coincidentemente la ciudadanía por fin —al menos las clases medias urbanas— empieza a salir del letargo del individualismo, el conformismo y el rechazo a la organización social producto del autoritarismo.
Luego del triunfo del Partido Patriota en las elecciones pasadas pareció instalarse una cultura de automotivación que pregonaba que el cambio había llegado, que estaba en cada uno de los guatemaltecos positivarse y no criticar tanto para mejorar el país. ¿Se recuerdan de los cangrejos, esas primeras voces jóvenes disidentes ante el statu quo biempensante? La historia los ha reivindicado porque tales afirmaciones han quedado completamente deslegitimadas al comprobarse que es todo un sistema el que conspira contra el bienestar de los ciudadanos y tiene de rehén a la política.
Interesa, pues, el carácter individual de uno de tantos campeones de múltiples batallas contra la segregación racial —lo cual en sí era una tarea monumental seis décadas atrás—, pero lo que precisa rescatar es el carácter colectivo del esfuerzo más allá de una sola persona y la visión de futuro. Bond diría más tarde que participó en el movimiento porque se trataba de una causa mucho mayor que él.
Independientemente de que haya un paro y de que se lleven a cabo o no las elecciones, el nuevo movimiento plural ciudadano de 2015 será exitoso en la medida que entienda que necesariamente debe evolucionar. Es decir, ir más allá de la espontaneidad y canalizar esas energías en estructuras más formales, con tácticas discernibles, capacidad política y propuestas serias de fondo que desmantelen el sistema corrupto y erijan un Estado fuerte. Aprender a respetar y negociar diferencias entre grupos que aparentemente tienen un objetivo común, pero con recursos disímiles, agendas diferenciadas y operaciones a distintos niveles.
Porque unos querrán movilizar a una masa amorfa, flexible y creativa sin parámetros específicos para continuar presionando desde afuera. Otros querrán canales concretos y pragmáticos para cambios desde adentro. Ninguno es excluyente. El reto es encontrar a líderes catalizadores que sean la bisagra entre corrientes más institucionales y grupos de jóvenes idealistas a quienes mueve la causa pero conocen poco el teje y maneje político, las tensiones, la deslealtad, los protagonismos y las traiciones. Ya no hay tiempo en esta coyuntura, pero hay que empezar a trascenderla.
Cuando desde la distancia veo a los jóvenes, a las organizaciones estudiantiles y a los ciudadanos ordinarios al frente y detrás de las protestas pacíficas, así como sus logros y propuestas, pienso en estas palabras de Bond: «Creo que nuestro mayor triunfo es que llegamos a existir, que todos esos jóvenes […] crearon una organización que se atrevió a ir al Sur rural, donde la resistencia contra la justicia racial era mayor. Solo el hecho de que hayamos sido capaces de hacerlo, y de manera exitosa, y ganar victorias creo que es un gran triunfo del cual todos nosotros estamos inmensamente orgullosos hoy».
No terminen de contar sus victorias, muchá, que, como dicen, esto apenas empieza.
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