El Partido de la Democracia, una alianza –muy a la italiana– de ex-comunistas, ex-socialistas y ex-democristianos ha puesto a repicar sus campanas, porque el 40% de los votos a su favor es un claro apoyo a las reformas políticas y económicas que su joven Primer ministro, y Secretario general del PD, Matteo Renzi, ha propuesto. No obstante, que el anarco-político y euroescéptico cinco estrellas haya arañado 21% es un dato a considerar, aunque no al grado de las preocupaciones francesas, donde los Socialistas apenas tuvieron 13% y los de la Unión del Movimiento Popular (sarkozistas) 20%.
Similar crisis viven los partidos tradicionales españoles, donde la derecha conservadora de Rajoy (Partido Popular) apenas si obtuvo 26% de los votos, y el PSOE se quedó con 23%. Pero en España no ha sido la ultraderecha la que golpeo al bipartidismo, sino la izquierda que, entre Izquierda plural -amplia alianzas de fuerzas de izquierda- (10%) y la nueva izquierda de los indignados –a través de Podemos (8%)– han hecho que el cuestionamiento a las políticas neoliberales y desmantelamiento del incipiente estado de bienes español muestre que tiene amplio apoyo en distintos sectores de la población.
Porque al final de cuentas, las elecciones para el Parlamento Europeo han hecho ver que si se quiere una Europa unida, esta unión deberá tener a los trabajadores y las personas en el centro y no, como se ha venido proponiendo, al capital y a sus propietarios. Tanto los nacionalistas y ultranacionalistas de un lado, como las distintas conformaciones de izquierda por el suyo, han cuestionado fuertemente el modelo antiestatista que desde los partidos en el poder se ha impulsado en los últimos 15 años. Los unos desde la democracia, los ultranacionalistas desde su estrecha visión autoritaria, antidemocrática y xenofóbica.
Tanto es así que en la misma Alemania, donde la Sra. Merkel reina feliz, los socialdemócratas han logrado un expresivo 27%, mientras que los socialcristianos apenas llegaron al 35%, a pesar de que son el partido en el gobierno. La izquierda (7%) y los verdes (11%) han consolidado sus posiciones.
Algo similar puede decirse de los resultados del proceso electoral colombiano de este mismo domingo 25 de mayo. En el hermano país del sur, la cuestión de la paz estaba mucho más en el debate que en Europa, pero también la crítica al modelo neo liberal autoritario que el uribismo impuso vino también a definir el proceso. Por ello, es de felicitar a los demócratas colombianos quienes, a pesar del bombardeo propagandístico, lograron dejar al candidato del uribismo en un raquítico 29%, con pocas posibilidades de crecer para el segundo turno. Y es que los colombianos decidieron mostrar que las alternativas más progresistas deben ser tomadas en cuenta, al grado de que la alianza Polo democrático y Unión Patriótica, abanderados por Clara López obtuvieron 15% de los votos. Claro, también a la derecha los conservadores arañaron su 15%; porcentaje que, sin embargo, no es necesariamente todo del uribismo.
En Colombia, la firma de la paz es algo indispensable para la construcción de la democracia y el desarrollo del país. La incorporación de la guerrilla a la vida política y social es condición sine qua non para un paso firme para la paz y la construcción de una Colombia más justa, dependerá de la habilidad de los insurgentes colombianos si logran ser un FMLN o una URNG, pero para ello es necesaria su incorporación al juego político sin amenazas.
La oposición uribista a las negociaciones de paz, con su cerrada defensa de las políticas neo liberales es mala noticia para los efectivamente democráticos y defensores de sociedades menos injustas. La ultraderecha europea no los ve con buenos ojos, pues ellos quieren quedarse con la simpatía de los trabajadores afectados por las políticas de liberación de los mercados que el trasnochado uribismo aún defiende. Pero sí los consideran aliados, los sectores “populares” –republicanos, liberales y conservadores europeos– pues ni unos ni otros quieren asumir que la crisis económica europea es consecuencia de sus políticas de liberalización, mismas que vendrían a ser impuestas irresponsablemente en Colombia si el uribismo llega de nuevo a la casa de Nariño.
Pero si los resultados electorales a una y otra orilla del Atlántico no permiten decir que el ultranacionalismo y el neo liberalismo han sido derrotados, sí es posible decir que las sociedades poco a poco van dando pasos para romper con los espejismos nacional conservadores por un lado, y con el neoliberalismo por el otro.
Lástima que esas dos tendencias, que en sociedades más desarrolladas y democráticas son casi antagónicas, en Guatemala se abrazan y se besan bajo el manto protector del militarismo que aquí en Guatemala perduró por más de 30 años y lo creíamos ya sepultado, en América Latina apenas duró poco más de una década. En el mundo afuera del nacionalismo, familismo y neoliberalismo son corrientes en competencia, choque, y cuestionamiento mutuo; sólo en Guatemala, trasnochados y aislados, se unen en defensa de intereses que muchas veces no son siquiera los suyos.
Más de este autor