Se colige del comentario que, para el locutor, los indígenas solo pueden dedicarse a trabajos poco remunerados, marginales, y que Barrondo, por ser indígena, solo puede ser visto como tal. La excusa y disculpa presentada posteriormente por @OtroMula, de que el comentario era simplemente una broma, no niega la agresión racista, pues es de todos sabido que es en el humor y en la rabia donde más claramente se manifiesta el verdadero sentir de las personas.
Los triunfos de Barrondo han llenado de entusiasmo hipócrita a cientos de guatemaltecos. Lo llaman uno de los nuestros, pero sus orígenes pobres e indígenas lo hacen diferente. Por no ser rubio ni de piel clara, ninguna empresa de refrescos, ropa o comida rápida lo ha contratado para asociar su figura a sus productos. Los medios lo siguen en las competencias en las que participa, pero eso no significa que los guatemaltecos medios lo consideren uno de ellos. Sigue siendo indígena y de orígenes pobres.
La historia de Barrondo es la de cientos de miles de guatemaltecos que, al no haber tenido la suerte de nacer en familias que generalmente han construido su patrimonio a expensas del Estado, tienen que hacer inmensos esfuerzos para sobrevivir. Pobres e indígenas tienen que vivir con el rechazo y la agresión de quienes se dicen superiores simplemente porque tienen la piel de otro color y cierta holgura económica.
El racismo es aún parte evidentemente visible de la forma de pensar y actuar del guatemalteco promedio. La segregación social que cotidianamente vivimos en la escuela, en los servicios públicos y en los demás espacios de socialización que por estar privatizados no están garantizados para todos simplemente lo consolidan.
Cientos de Barrondos no tienen posibilidad de asistir a las escuelas que quienes disfrutan Cayalá frecuentan. De ahí que vender manías o semillas de marañón sea una labor que les deje escasos ingresos, pero una de las pocas que en una sociedad discriminadora y desigual pueden realizar.
Erick Barrondo, como algunos otros guatemaltecos, felizmente no solo se siente orgulloso de sus orígenes, sino que exige que se los respeten, lo que evidentemente a muchos les puede parecer una extravagancia, tal y como expresaron muchos al afirmar que el comentario de @OtroMula no era más que una broma y que no había que llevar la cuestión a tanto. Pero el racismo, sea violento o cordial, abierto o escondido, directo o indirecto, no deja de ser la muestra de una actitud agresiva, producto de una sociedad en la que algunos, simplemente por sus orígenes y por su pobreza, pueden ser objeto de mofa y ridiculizados.
Muestra de ello es que, a pesar de todo lo dicho y comentado en los últimos años, el estadio nacional continua llamándose Mateo Flores, y no Doroteo Guamuch Flores, como era en verdad el nombre del héroe deportivo de hace 63 años. Él mismo asumió el cambio de nombre como algo común y corriente, producto, decía, del engaño de algunos comentaristas que no entendían su nombre, razón por la cual lo llamaron Mateo, y que consideraban que Guamuch era un segundo nombre, y no su apellido.
Pero la sociedad del racismo cordial y solapado no se ha preocupado por otorgar a aquel deportista la reivindicación de su identidad, cuestión que no habría sucedido si su apellido hubiese sido de origen extranjero o al menos hispano. Don Doroteo Guamuch murió respondiendo e identificándose legalmente con ese nombre, pero durante más de 50 años tuvo que aceptar que el homenaje que le brindaban se hiciera bajo el apodo que, sin buscarlo, tuvo que aceptar.
Construir una sociedad orgullosa de su mestizaje resulta tan complejo y difícil como lograr que la democracia sea uno de sus principios organizacionales. El indígena, alienado por años, al resultar exitoso modifica muchas veces sus prácticas sociales y culturales y rompe con las que lo identifican como tal. Barrondo se niega a ello, dispuesto a ganar una competencia mucho más difícil y compleja que las que hasta ahora ha ganado: la del respeto a su identidad y a sus orígenes.
Entrenar y luchar por más medallas y triunfos puede resultarle complicado y digno de admiración, pero insistir en que se respete su origen merece no solo reconocimiento, sino un apoyo que comienza, quién lo diría, por romper, desde lo más íntimo de nuestro ser, con las taras racistas que aún se transmiten y practican en nuestra sociedad.
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