Estoy hablando de los banqueros y, en particular, de lo que está ocurriendo en España. Se han destapado las maniobras engañosas con la que los bancos convencieron a cientos de miles de personas para que firmasen préstamos hipotecarios por cuatro o cinco o diez veces más del valor real de las viviendas, de las que hoy les están echando sin piedad.
En un país que vivió una bonanza económica impulsada por el boom de la construcción, muchísimas familias no leyeron la letra pequeña de los contratos que estaban firmando con los vampiros. A esos bancos, que exprimen hasta la última gota a sus víctimas, ahora la Unión Europea y, antes, el gobierno español, les han inyectado dinero público bajo el pretexto de que no entren en quiebra.
En base a una ley muy vieja, los bancos pueden no sólo quitarles la casa a quienes no tienen con qué pagar la hipoteca, sino además, exigir el pago íntegro de la deuda. Es una de esas enormes injusticias amparadas por la ley que está causando la desgracia de gente inocente. Ni el país más capitalista de la tierra, Estados Unidos, comete semejante grosería. Allí, los vampiros bancarios suelen quedarse con la casa y dan la deuda por zanjada. Al que le dejan sin techo, al menos le permiten empezar de cero.
Esta semana, los medios españoles, que desde las primeras luces hasta la noche, difunden el aire pesimista y depresivo en un país que solía sortear algunos baches riéndose de sí mismo, informaron del tercer caso conocido de suicidio. Un señor al que le iban a desahuciar, como dicen en España cuando a alguien le echan de su casa, por no poder afrontar una deuda hipotecaria. Tenía algo menos de 60 años.
La tragedia que está viviendo una buena parte del pueblo español y el pueblo migrante en España no ha logrado despertar la sensibilidad de un gobierno sin ideas. La única respuesta ante el drama de los desahucios por impago, ha sido una ley timorata que sólo ayudaría a una minoría desesperada. Ninguna de las tres personas que se suicidaron reunía los criterios que el gobierno contempla para condonarles temporalmente la deuda. Esas tres personas, como muchas en la misma situación, eran de la llamada “clase media”, y habían sido víctimas del viejo sueño de una casa propia, y de los vampiros banqueros que se aprovecharon de los precios injustamente altos por apartamentos de unos miserables metros cuadrados.
El gobierno de Rajoy está mostrando los colmillos y las marcas en el cuello de las mordidas de los banqueros con los que están emparentados, gobernando casi totalmente para contentarles a ellos y a los mercados internacionales, con la ingenuidad infantil de que así, algún día, volverá a fluir el crédito y el empleo. Miles de personas en la calle, y los verdaderos culpables sin pisar los juzgados.
Las predicciones económicas auguran que el desempleo rozará los 6 millones de personas y el 30% de la población activa. La deuda de España, como la de Grecia, Italia, Portugal e Irlanda, y dentro de poco, Francia, será impagable, como lo fue en su día la de América Latina que clamó su condonación al grito de “la deuda externa no puede ser eterna”.
Hoy, en España, los sectores políticos y empresariales han demostrado tener mucha menos preparación, menos creatividad e imaginación para salir de este escollo dramático. Y al mismo tiempo, seguramente, son los que más títulos universitarios ostentan de entre los políticos que han pasado por la todavía joven democracia. Sin embargo, no parecen haberse leído un solo libro.
El colmo es que la solución que han encontrado es darle dinero a los ladrones: es decir, a los bancos. En palabras de Benjamín Prado, esta es la primera vez que para matar a los vampiros se les hace transfusiones de sangre. Una paradoja terrible. Una crónica negra de España agravada porque en quien gobierna y manda en las finanzas no hay ni un atisbo de piedad. España, a su pesar, tendrá que recurrir a las entrañas de su historia para salir adelante. Una tierra que más o menos está en la sangre de todos nosotros. Y nadie quiere que los vampiros se la roben.
* Publicado originalmente en Confidencial, 5 de diciembre.
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