Los guatemaltecos parecen tener una atracción fatal por las armas. Aquí las armas pululan en la calle como si fueran prendas de vestir; ver grupos de guaruras hormigueando en los colegios y centros comerciales es parte del paisaje; los carteles de “prohibido entrar con pistola, o deje aquí su arma” comparten pizarra con los de “prohibido fumar o usar celular”.
Mi aprendizaje en materia de armas de fuego comenzó hace un año, cuando un vecino inició su conversación de presentación con un buffete de armas y municiones. Aquel encuentro casual que suele limitarse a diálogos ligeros acerca del clima o la cultura urbana culinaria o de entretenimiento, se transformó en un lenguaje indescifrable, para mí, de calibres, cañones y capacidad de fuego de sus pistolas. En su euforia decidió mostrarme sus joyitas, como quien muestra a su mascota. Yo aguanté estoicamente lo que pude, hasta que aprovechando un descuido del vecino me lancé a la piscina para ahogar mi desconcierto.
Pero volviendo a las obsesiones, es justo decir que la fijación u obstinación por algo puede llevar a la perfección de una profesión. Así los italianos son expertos diseñadores, los franceses excelentes cocineros, los cubanos famosos músicos. Entonces, la pasión de los guatemaltecos por las armas, ¿en qué los convierte?
La escuela de kaibiles de Guatemala es legendaria en toda América Latina. Se ha convertido en casa de enseñanza de oscuros militares latinoamericanos, y hasta ha formado a cuadros de los zetas y otros grupos de narcotraficantes. ¿Es esta la imagen con la que se quiere pasar a historia? ¿Es ésta la idea que se quiere dar al mundo de los chapines, un pueblo bélico, de matones y peligroso? Si en Colombia el lema es “El riesgo es que te quieras quedar”. ¿Cuál sería el lema para Guatemala: “El riesgo es que te puedan matar”?
Es cierto que no todos los guatemaltecos son belicosos, como también es cierto que no todos los italianos son diseñadores o los cubanos músicos. El caso es la imagen que se proyecta, o como dice el dicho: “Crea fama y échate a dormir”.
Debemos dejar de ser tan permisivos ante esta proliferación de armas. Es evidente que más armas no representan más seguridad. Si así fuera, Guatemala debería ser de los países más seguros del mundo. La solución no pasa por armar a nuestra familia, encerrarnos en nuestras casas y llenar los carros con guaruras. Esto se ha hecho por años y el resultado es cada vez peor. No pequemos de ingenuos pensando que haciendo lo mismo vamos a obtener distintos resultados.
Es necesario cambiar de pasión.
Más de este autor