En junio de 1967, luego de más de tres meses de grabación, nació en los estudios de Abbey Road la historia de una banda cuasimilitar, con uniformes multicolores, que se convertiría en un componente fundamental de nuestra cultura —o de esa contracultura de la cual pretendo escribir cada semana—. No en vano el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band tiene la etiqueta del álbum más influyente de la historia.
Lucy in the Sky with Diamonds —la glorificación de una alucinación con LSD— o Fixing a Hole —I am fixing a hole where the rain gets in / and stops my mind from wandering…— son muestras de una sofisticación artística cuyo legado Rolling Stone define como un experimentalismo divertido, que nació de la optimista determinación de sobrepasar los obstáculos que impiden a la mente divagar.
La portada de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band es parte importante del mito. Bob Dylan, Marlene Dietrich, Marilyn Monroe, H. G. Wells, Oscar Wilde, Lewis Carroll, Dylan Thomas, Albert Einstein, Sigmund Freud, el doctor Livingstone y un reconocido especialista en magia negra están entre las personalidades del montaje creado por Jann Haworth y Peter Blake. Los Beatles declararon que las personas en la portada eran a quienes profesaban mayor admiración, razón por la cual procedieron a incluirse a sí mismos dos veces: en la vestimenta multicolor de los miembros de la banda del sargento Pepper y en las figuras de cera de un museo.
A Day in the Life es la última canción de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Se la considera su obra más importante y es, ante todo, una creación asombrosa e inquietante.
Un piano que parece venir de ninguna parte se mezcla lentamente con el final de la canción anterior, y durante los siguientes cuatro minutos, acompañado de una poderosa y extravagante orquestación, John Lennon relata la épica de alguien que abre el periódico en la mañana y rememora las noticias tristes de un accidente de tránsito. Luego le da paso a un Paul McCartney que describe una rutina habitual que termina en estos versos:
Found my way upstairs and had a smoke.
Somebody spoke and I went into a dream.
La lírica describe entonces un giro para volver a las noticias y concluir que alguien ha contado cuántos agujeros se necesitan para llenar el Royal Albert Hall.
La evidente referencia al consumo de drogas hizo que la BBC se negará a difundir esta canción hasta en 1972.
La prohibición seguramente nunca existió en los Andes, pero estoy seguro de que jamás la escuché en la radio. Hasta esa noche en los ochenta —maldita y superficial década pérdida—, en Quito. Un Charly García todavía bajo los estragos del gran afterparty de la noche anterior se negaba a tocar en el concierto para el que había viajado hasta el Ecuador. Después de mucho insistir, y faltando unas horas para empezar, Charly asintió a conocer el lugar para el concierto. Al llegar al escenario pidió una guitarra y, ante las miradas de algunos espectadores que ya empezaban a poblar la gradería, empezó a cantar:
I saw a film today, oh boy.
The English Army had just won the war.
Charly cantó A Day in the Life. «Me gusta. Va a haber concierto», dijo devolviendo la guitarra. El empresario volvió a respirar y, algunas horas después, mucha gente deliraba con el Rap de las hormigas.
Y mientras recuerdo todo esto, el semáforo cambia. La radio dice: «I’d love to turn you on». Y yo acelero para sortear minotauros en busca de la puerta del laberinto de la avenida Hincapié en la tarde de un martes.
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