El militar de alta graduación, que fue vendido a los electores empaquetado en discursos de eficiencia y firmeza, nos ha brindado una versión actualizada y revisada de la máxima portillista de que “todo candidato miente para ganar una elección”. El upgrade producido por Pérez a esta forma de hacer política que Alfonso Portillo patentó es extensible al discurso y práctica de todo un período gubernamental. En esta nueva manera de gobernar, la mentira y las falsedades, pero sobre todo el cinismo son la esencia del ejercicio del poder.
La introducción al curso superior de cinismo estuvo centrada en el tema migratorio. Para el inquilino de la Casa presidencial los que arriesgan la vida y sus escasos bienes en un viaje a Estados Unidos lo hacen porque creen que obtendrán fácilmente la visa de trabajo, pero no porque el modelo económico que él defiende e impulsa –incremento de la industria minera, despojo territorial a campesinos pobres, obsequio de bienes públicos a entes privados, nula promoción del desarrollo industrial, etc.- se haya agotado y no les represente la más mínima esperanza. Si en una de sus alocuciones previas conminó a los inmigrantes a que inviertan en el país el fruto de su trabajo, sin dar para ello ninguna garantía, mucho menos estímulos para hacerlo, ya en New York negó rotundamente que la inmigración se deba a la precariedad económica en que se encuentra un alto número de guatemaltecos. De nada le sirvió que sus promotores, financistas y amigos de la Unión guatemalteca de agencias de publicidad (UGAP) aceptaran públicamente en su magno evento que 63% de los hogares guatemaltecos vivan con Q240 al día, lo que significa que en un hogar de cuatro personas deba cubrir los gastos de vivienda, alimentos y vestuario con ese dinero.
El ex militar, que alcanzó el grado más alto en su profesión y como tal dirigió la agencia de inteligencia más poderosa del país, y según sus apologistas la más eficiente, no estaba ni enterado que según el Banco de Guatemala la confianza de los inversionistas externos en el país ha entrado en picada, cayendo de 80% a 36% en los últimos seis meses. Pero eso, tampoco le preocupa.
El curso tan particular llegó a su punto álgido cuando, interpelado sobre las acusaciones de enriquecimiento ilícito de su co-gobernante y demás allegados, afirmó que el tema de la corrupción no le preocupa porque, según él, en algunas encuestas apenas ocupa el séptimo lugar. Cínicamente levantó los hombros y siguió adelante. La corrupción, pues, puede seguir creciendo, porque lo que a él le interesan son las encuestas y no la probidad de sus funcionarios. Con actitudes como ésa, los exministros Gándara y Velázquez no tendrían por qué estar enjuiciados. Ahora se entiende que, acostumbrados a venderse como jabón o crema dental, los representantes del Estado guatemalteco en Montevideo y Washington sean anunciantes (publicistas dicen ellos) y no diplomáticos de carrera.
La coda de tan significativo curso estuvo dada por su rechazo a los índices de crecimiento de la violencia y la pobreza. Según el gobernante, la desnutrición ha decrecido aceleradamente, pero sus datos, dichos al vuelo, no hacen referencia a fuente, mucho menos si esta es confiable o no. En cambio, en contra de su afirmación, el martes 1 de octubre la FAO, al presentar su informe "El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo (SOFI) 2013”, hace hincapié en que el país posee uno de los índices más altos de desnutrición y sub alimentación, estando 30,5% de la población en esa situación, con un crecimiento del 198% con relación a 1992 y de más de medio millón de personas con relación a 2011. En ese ítem sólo Paraguay nos supera en toda la región, pero el Magister Cum Laude en Relaciones Internacionales ni siquiera se inmuta con esos datos.
Huelga decir que la precariedad de nuestra democracia, hecha de manifiesto en el último informe de la Fundación Konrad Adenauer presentado en Montevideo a inicios de esta semana, tampoco le preocupa, aunque en este caso solo estén en peores condiciones, según ese informe, los venezolanos.
Vista la situación de ese modo, es sólo cuestión de paciencia para que dentro de 26 meses la sociedad le pueda otorgar el Magna Cum Laude en su curso de alto nivel en cinismo y tal vez, quien quita, quienes le premiaron en su maestría de nueve meses lo incluyan en la oferta de cursos de su universidad.
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