A partir de la cumbre de Mar del Plata en 2005, el gobierno de Washington empezó a perder influencia en la región, ante el ascenso de un bloque bolivariano por entonces en plena efervescencia, y las contradicciones de su propia política internacional, que provocaron el fracaso de la iniciativa ALCA.
Para la cumbre de Cartagena, muchas cosas han cambiado en el contexto de una región, en la cual, Washington puede al menos jactarse de tener más amigos que durante la era Bush. Esos c...
A partir de la cumbre de Mar del Plata en 2005, el gobierno de Washington empezó a perder influencia en la región, ante el ascenso de un bloque bolivariano por entonces en plena efervescencia, y las contradicciones de su propia política internacional, que provocaron el fracaso de la iniciativa ALCA.
Para la cumbre de Cartagena, muchas cosas han cambiado en el contexto de una región, en la cual, Washington puede al menos jactarse de tener más amigos que durante la era Bush. Esos cambios se han originado en factores como la influencia comercial de China, que ha fortalecido a países como Argentina y Brasil, este último convertido en la sexta economía del mundo, que afianza su propio plan de hegemonía regional y mira con desconfianza a la administración Obama, como se evidenció en la reciente visita oficial de Dilma Rouseff a Washington. La enfermedad del presidente Chávez parece dejar acéfalo al bloque bolivariano –aunque el presidente Correa se esfuerza por asumir ese rol. Pese a los evidentes desafíos que persisten en cuanto a la reducción de la pobreza, erradicación de la violencia y la inequidad, los indicadores económicos de la región son en general positivos.
Sin embargo, nada de esto ha bastado para conseguir un consenso a la hora de una declaración final de la Cumbre. La exclusión de Cuba, con base en la cláusula democrática adoptada en Quebec en 2001, y la situación generada en las últimas semanas con relación al reclamo de soberanía de Argentina sobre las islas Malvinas, se han convertido en obstáculos insalvables para la administración Obama, que no desea enemistarse con un aliado natural como Londres, ni con la comunidad cubano americana de la Florida, muy importante en un año electoral.
Adicionalmente, no debe perderse de vista lo señalado por Joaquín Roy, catedrático de la Universidad de Miami, que el lunes pasado en una columna de El País, destacó la falta de una agenda definida y la debilidad del soporte institucional de la Cumbre. Y le sobra razón. La OEA parecería ir perdiendo su importancia ante la UNASUR, el Mercosur, y otros foros, que no obedecen a la lógica de las relaciones internacionales establecida en los años cincuenta. A no ser por la delegación para analizar los resultados de la lucha antidroga, su papel en la Cumbre habría pasado totalmente desapercibido. Pobre resultado para el organizador.
En este contexto, al menos existe un ganador. En Cartagena, Washington y Bogotá anunciaron que el próximo 15 de mayo entra en vigencia el Tratado de Libre Comercio, largamente negociado entre estos dos países. Para Juan Manuel Santos, este es un logro representativo en su presidencia, fundamentado en una importantísima reforma laboral, parte del plan Obama-Santos, que fortalece la protección de los derechos laborales y la institucionalidad encargada de su vigilancia. Múltiples analistas coinciden en señalar que de esta forma, Colombia afianza su posición como aliado preferente de Washington en la región.
Para finalizar, parece bastante sintomático que tres eventos relacionados con la Cumbre hayan recibido la mayoría de la cobertura mediática: el escándalo de prostitutas del Servicio Secreto estadounidense, los errores en la interpretación del himno nacional de Colombia por parte de Shakira, y la noche de copas de Hillary Clinton. ¿Será que realmente las cumbres siguen siendo tan necesarias?
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