A las franquicias electorales no interesan ciudadanos sino simples votantes que, apaciguados con un pan en la boca dejen de levantar demandas o exigencias. Los recursos del Estado son simple botín a repartir entre los corifeos del supuesto gestor y los financistas de viejo o nuevo cuño que buscan medrar alrededor del aparato público. El régimen que resultó de la elección del militar Pérez Molina no fue, para nada, lo que muchos de los electores esperaron, engañados en su mayoría por el discurso triunfalista y efectista que las agencias de publicidad han construido desde que cierto tipo de militares se hizo del control del poder público.
Durante casi medio siglo se ha difundido la idea que éstos, simplemente por serlo, son organizados, sistemáticos, honestos, correctos, leales y responsables. Sin embargo, en los escasos 26 meses que dura este gobierno ha quedado al descubierto que con un General al frente el gobierno ha sido desordenado, errático, poco (por no decir nulo) transparente, con escaso apego a las normas de la lealtad ciudadana y sin una pizca de responsabilidad pública.
Tampoco debe asumirse que todos los militares son como los que han llegado al poder. Lo que sí ha quedado evidenciado es que el régimen que Pérez Molina instituyó tiene mucho parecido con el que Carlos Arana puso marcha para su propio beneficio. Para ambos no existe pasado, mucho menos acciones que de otros gobiernos puedan ser consideradas valiosas o útiles. Ellos son el origen de nuevos tiempos, aunque al final de cuentas se hayan quedado en el cero de escala. Ambos decidieron enriquecer a los amigos y parientes a costas del erario público, jugando a la legalidad de manera oscura y maliciosa. Sin un proyecto de nación claro, sus acciones son erráticas, yendo de un tema a otro sin saber exactamente por dónde pueden encontrar la salida.
Arana se apoderó de los recursos de los bancos públicos y repartió entre sus amigos las pocas tierras nacionales que quedaban, haciendo de toda la Transversal del Norte y buena parte del Petén territorios “militarmente ocupados” para usufructo y beneficio de sus próximos y allegados. Ahora ya no hay tierras, pero se han repartido puertos, aeropuertos, concesiones radio televisivas, así con contratos millonarios sin mediar licitaciones para favorecer a los que conforman su círculo de allegados. Algunas diferencias, más producto de la historia que de su accionar político pueden encontrarse, aunque con tendencias e intensión muy semejantes. Aquél construyó su franquicia electoral para perpetuar a sus aliados, éste la hizo para llegar al poder.
Pero tanto aquélla (CAO) como éste (PP) caminaron y caminan a la ruina y la debacle, porque sólo tuvieron como horizonte constituir un grupo de interés que medre alrededor de los bienes públicos, apenas revestidos en discursos conservadores y patrioteros. Aquél se amparó en lo más oscuro y tenebroso de las huestes anticomunistas que el poder económico habría creado para impedir cualquier oposición a su modelo de expoliación. Éste se ha dejado rodear, cubrir y conducir por los descendientes, directos o indirectos, de aquéllos que financiaron los oscuros escuadrones de la muerte, ahora amparados en un supuesto “comité de crisis”. Pero si aquél tuvo relativo éxito en imponer a su sucesor –aún no se nos ha permitido conocer el mundo de intrigas, golpes bajos y traiciones que condujeron a que el sucesor fuese Laugerud García y no otro militar más allegado a Arana Osorio–, Pérez Molina se ve levemente limitado por la legislación para imponer a un sucesor que, no siendo de su total gusto, es el que el poder del dinero de otros le ha impuesto como candidato.
En este régimen militar, los únicos aliados que permanecen junto al dueño de la franquicia electoral son los que provienen de los cuarteles. De nuevo no son los que optaron por la honradez, la sistematicidad o el espíritu de sacrificio, pues éstos si aún se encuentran en activo no logran pasar de tenientes coroneles, o se retiraron de la profesión militar porque descubrieron que con su dignidad y entrega no tendrían posibilidad de ascender. Ahora, como en la época de Lucas García, es común escuchar entre oficiales jóvenes y no muy jóvenes que los ascensos sólo se consiguen por corrupción o compadrazgo. Los adláteres de inicios del partido (Centeno, Gramajo, Rivera) han pasado a tercer plano o desaparecido del escenario. Los sustituyen nuevos escuderos, en su mayoría hasta recientemente aliados y defensores de otro militar (los hermanos Quej; Crespo, Rodríguez). Unos y otros se saben simples comparsas de un baile, y si Ríos Montt tenía fobias oligárquicas y Pérez Molina más bien pasión por estar con ellos, mientras ellos lleven sus tajadas pueden arropar a uno en su senilidad y al otro en sus ademanes sultanescos sin inmutarse.
Arana fue de los que articularon el golpe de Estado silencioso contra Méndez Montenegro; Pérez Molina fue quien apadrinó y asumió el contra golpe a Espina y, posteriormente, encubriendo el asesinato de González Dubón, permitió que el poder económico redujera ilegítimamente los alcances de la Constitución de la República.
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