Los personajes públicos remedan al rey que estaba convencido de vestir el mejor traje del mundo, cuando la gente a su paso reía por verle totalmente desnudo. Las personas de a pie o simples mortales en el país, se estrellan contra la tragedia que es precedida de fanfarrias navideñas.
Para muestra, pocos botones. Cuatro niños han muerto envenenados por un químico presente en la sopa que comieron. La madre y otra persona, resultaron igualmente intoxicadas por el producto, cuyo origen no se aclara. Una versión indica que la madre recogió las dichosas sopas en el vertedero de basura al sur occidente de la capital. Otra afirmación expresa que el producto fue regalado a la familia. Lo único certero en ambas historias es que dichos alimentos considerados chatarra, contenían un químico que envenenó a quienes lo ingirieron.
La sustancia, aún no identificada según el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif), sería la responsable de las muertes y afecciones. Pero, ¿cuál es el origen de esta o el motivo para su presencia en el envase? Si alguien pretendió asesinar a la familia, pudo emplear el producto para alcanzar su fin. Pero, también cabe otra explicación. En los últimos años ha crecido la práctica de lavar cada producto que pueda haber estado embodegado. De tal suerte que, cervezas o alimentos enlatados, jugos o bebidas contenidas en tetrapac, entre otros, pasan por jabón y agua antes de llegar a la boca. La razón, el temor de que en el sitio de almacenaje aniden roedores cuyas excretas contaminan los abarrotes. Ergo, los expendedores también procurarán eliminar a las plagas, mediante el uso de venenos, los cuales a su vez, también matan gente. En esta ocasión, para variar, gente pobre, muy pobre. Tan pobre que se sostiene de la extracción de la basura, abundante basura, que produce la ciudad.
Mientras la tragedia anidaba en el empobrecido hogar que se tragó la muerte, el Presidente y su segunda, mostraban sonrisas de oreja a oreja por varios motivos. El primero, la aprobación del presupuesto de gastos para el año electoral, dentro de cuyo texto introdujeron un impuesto. Detalle que bien podría llevar a la unidad del eterno objetor de los tributos, para mover sus piezas y lograr que el plan de gatos se anule. Algo que mantendría vigente el del año anterior. Tan absurdo como pudiera parecer pero, todo apunta a que ese es el verdadero propósito del gobernante y de allí la brillantez de su dentadura.
Pero además, sonreían porque, pese a las agresiones a la prensa, incluso físicas y limitaciones al ejercicio profesional, resulta que la segunda de a bordo del gobernante, obtuvo un galardón que quienes cubren la fuente del Ejecutivo otorgan desde hace años. A saber, una manzana a quien ha tenido apertura con el gremio y un membrillo a quien ha sido más bien expresión de acidez e incluso amargura.
En esta ocasión, sin embargo, todo apunta a que o bien desde la oficina vicepresidencial se untó la mano de alguien que no solo consiguió otros votos sino que, al no llegar al número necesario no escatimó esfuerzos en alterar los resultados y falsificar firmas en el acta respectiva. ¡Qué tal! Todo por una manzana de madera (porque para que dure el premio no le dan una de verdad). Nada mal para un Presidente que hasta hace una semana no tenía vocero y que al final llama a otro militar para que le defienda, un gobierno que no tiene partido legal y un partido oficial que no tiene secretaria general.
En esa pintura de la incoherencia, un sindicado de genocidio consigue mantener prisión domiciliaria como si en su residencia hubiese cometido los graves crímenes de que se le acusa. Mientras, las víctimas, otra vez agredidas por el sistema, debe prepararse a enfrentar un nuevo proceso o, peor aún, recibir la bofetada final con la pretensión de la amnistía para los criminales.
Aún no sabemos si ya tocamos fondo o, si todavía nos toca ver más. Todo indica que, mientras la apatía, el desinterés por el verdadero cambio y la anomia social continúen, el absurdo seguirá dibujando la realidad, en donde la pobreza se nutre de la muerte y el poder se queda con la manzana.
Más de este autor