Su rostro casi siempre va en el pecho de su hermana. Tan parecidos que en ocasiones pareciera que lo ojos de la foto cobran brillo con cada grito de su hermana. Una gigantona no solo por su altura sino por la magnitud de su coraje en busca del hermano.
Si en lugar de su retrato fuera Emil Bustamante quien en persona caminara en esas marchas, de seguro gritaría junto a la canchona y la chispa de sus ojos brillaría en la rotunda sonrisa de su rostro. Pero no puede. Al menos físicamente porque en realidad, él es uno de los motivos de esas marchas. Junto a casi 50 mil personas más, Emil Bustamante forma parte de la lista del horror de Guatemala. Del registro de personas detenidas desaparecidas por fuerzas del Estado, civiles y militares, como parte de la estrategia contra la insurgencia.
Cuando en este país, miles de jóvenes y adultos, hombres y mujeres, deciden tomar las armas, no había otro recurso para buscar un cambio social. Toda vía de oposición resultó ilegalizada y, cuando existió algún corredor legal, jamás fue respetado por las autoridades. Poco a poco en una época, de repente y sopetón en otras, las vías del ejercicio de derechos universales como los de reunión, asociación, manifestación y expresión fueron criminalizados de hecho por un Estado que desaparecía o ejecutaba a sus opositores. Mismos que adquirieron la nefasta categoría de enemigo interno en la doctrina contrainsurgente del terror de Estado, por el simple hecho de ser sindicalistas, estudiantes universitarios o de secundarias, catedráticos, líderes o activistas campesinos o religiosos, políticos demócratas, en fin, personas que intentaban ofrecer una salida justa a la exclusión de todo tipo.
Emil Bustamante, joven veterinario y catedrático universitario, cayó en esa categoría por su militancia rebelde. Detenido en un retén del Ejército en la zona 14 capitalina el 13 de febrero de 1982, fue trasladado a una instalación castrense. Según testimonios recabados, Emil Bustamante fue visto gravemente torturado justo después del golpe de Estado del 23 de marzo del mismo año.
Detenido durante los últimos días del régimen de Romeo Lucas García y visto con vida en los primeros días del gobierno de facto de Efraín Ríos Montt, Emil pasó a engrosar las filas de los detenidos desaparecidos. Esa categoría del dolor que impide a las familias saber el destino de sus seres queridos. Que impide procesar un duelo y que llena de angustia inagotable a lo largo de los días, las semanas, los meses, los años, los quinquenios, las décadas. Sí, porque en este país de la eterna impunidad, pasan décadas sin que el Estado y la sociedad construyan el andamiaje que cierre el duelo y permita con justicia, construir la única paz posible.
Ahora, tres décadas después de que la tragedia se instaló en la casa familiar de Emil, sus hijas, su esposa, sus sobrinos, su hermana, sus amigos, mantenemos el reclamo por una respuesta del Estado. Respuesta que debe incluir la información de lo sucedido, paso a paso, desde el momento de su captura, hasta la notificación de su paradero y la identificación de los responsables de este crimen. Luego, esperamos que se inicien los procesos judiciales correspondientes a fin de que “con la ley en la mano” como suele decir el actual gobernante, los criminales de lesa humanidad por esta desaparición forzada, cumplan su obligación ante la justicia y la sociedad.
Solo entonces, los pasos de Emil Bustamante se marcarán no en la foto que su hermana porta como estandarte de lucha en el pecho, sino como los pasos de un caminante más por la verdad en pos de otros detenidos desaparecidos.
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