Las cadenas de comida rápida y los comercios del centro de la capital fueron los que con mayor disciplina y visibilidad lo realizaron. Conforme se ubicaban más retirados del centro, los pequeños negocios y talleres de distinto tipo mantuvieron sus puertas abiertas, aunque con poca clientela, dado que el transporte colectivo fue escaso, pues las principales arterias de la ciudad estarían ocupadas en distintos momentos por grupos de manifestantes. Mercados cantonales y espacios de ventas populares cerraron sus puertas, aunque las cadenas de supermercados y abarroterías las mantuvieron abiertas.
La Universidad de San Carlos, a través de su Consejo Superior, se manifestó públicamente a favor del paro y convocó a sus miembros a acuerpar la manifestación que grupos de estudiantes habían organizado para marchar hasta la Plaza de la Constitución y exigir la renuncia del presidente. La Universidad Rafael Landívar anunció que cerraba sus puertas para permitir que sus miembros también lo hicieran. Estudiantes de la Universidad Mariano Gálvez y pequeños grupos de otras universidades tomaron la decisión de participar también en la concentración de la Plaza de la Constitución. Las autoridades de la San Carlos participaron en su marcha, lo que no sucedió con las autoridades de las otras universidades. En clara oposición a la suspensión de actividades, las autoridades de la UFM hicieron del conocimiento de sus estudiantes que, por prohibición de la USAC cuando su fundación (¿?), no podían participar en actividades políticas, considerando como sinónimo de ellas expresiones cívicas como la que se había organizado y confundiendo militancia partidaria e ideológica con demandas sociales. Varios colegios católicos se sumaron a la marcha de la Landívar, cosa que no hicieron los estudiantes de los establecimientos públicos de enseñanza media, de modo que se evidenció con ello que la persecución y la desmovilización que en años anteriores promovió el Ministerio de Educación contra sus estudiantes ha dejado serias secuelas en la organización y en la vida estudiantil de estos centros. Sus autoridades suspendieron las labores, pero ni docentes ni estudiantes participaron de manera organizada en la masiva concentración. Si algunos de ellos lo hicieron fue a título personal y sin identificarse grupalmente como pertenecientes a uno u otro establecimiento, cosa que sí hicieron los jóvenes de los colegios que llegaron usando sus uniformes, datos que deben ser tenidos en cuenta para entender las características, las razones y los alcances de la demanda principal de la movilización.
Si el paro comercial fue acatado parcialmente y ni la industria ni el transporte pesado se detuvieron, la población capitalina, como la de otros grandes centros urbanos, salió a las calles a expresar su exigencia de la renuncia del militar. Multitudinarios contingentes de personas fueron abarrotando la plaza a partir del mediodía luego de largas caminatas que con un bullicio organizado salieron de las sedes de las universidades y de otros puntos de concentración. Pronto la plaza se tiñó del azul celeste de cientos de banderas que muchos de los manifestantes ondeaban permanentemente. El sol del mediodía y de la tarde las hacía más claras y brillantes.
La algarabía era intensa, y los gritos acompasados exigiendo la renuncia del denunciado presidente eran acompañados por el sonido de silbatos y trompetas de plástico. Los manifestantes se agrupaban por filiaciones familiares o de identidad laboral o estudiantil, que se movían a veces para aproximarse al estrado y a veces para salir del lugar. Su sitio lo ocupaban rápidamente otros grupos, por lo que la plaza, durante más de seis horas, nunca dejó de mostrarse repleta. Más de 40 000 personas integraron la marcha de los sancarlistas, y al menos 15 000 formaron parte del contingente landivariano. A ellos se unieron otros grupos que, concentrados en distintos puntos de la ciudad, se encaminaron a partir de las 10 de la mañana a la citada plaza, de manera que esta no dejó de tener en todo ese tiempo menos de 80 000 personas.
De las decenas y tal vez centenas de miles de participantes, la inmensa mayoría eran rostros jóvenes, de modo que se puede decir que, de cada cinco, cuatro eran mayores de 18 años pero menores de 35. La casi totalidad de los rostros eran claros o mestizos, lo que denotaba que en su inmensa mayoría eran capitalinos y de los distintos sectores de la clase media. En el estrado, durante varios horas estuvieron presentes indígenas ataviados con sus trajes identitarios, pero la masa de participantes era mayoritariamente urbana, ladina y mestiza.
La inconformidad y el malestar de las demandas se transformaban en rostros alegres y entusiastas. Sin temor a los dueños de lo ajeno, todos sacaban sus teléfonos celulares para documentar el momento y compartir con los ausentes el ambiente que en el interior de la plaza se estaba viviendo. En las marchas, a diferencia de épocas pasadas, los organizadores no tenían que proteger sus rostros de las miradas traicioneras de los agentes de los grupos paramilitares, mucho menos preocuparse porque los de la retaguardia sufrieran algún atropello o desaparecieran sin dejar huella. No fueron necesarias medidas de seguridad especiales, como aquella de establecer un punto de encuentro para corroborar que todos habían logrado salir indemnes de la plaza. Tampoco se mostraban desconfiados ante el escaso y educado cordón policial que de manera tímida cubría los accesos al antiguo palacio de Gobierno. Sin armas de fuego y con uniformes de diario, los policías parecían más parte de una escenografía amigable que un cuerpo represivo, muy diferente a los que con batones y escudos protegieron por decenas a la exvicemandataria cuando su detención e indagatoria.
El cierre de la casi totalidad de las tiendas de cadenas de comida rápida hizo que, por primera vez en la historia de la ciudad, los vendedores informales de comida casera pudieran ofrecer su producto sin una competencia desleal y que pequeños grupos de jóvenes se apropiaron de aceras y calles aledañas para realizar improvisados picnics.
La emoción de estar allí, exigiendo que se regrese la dignidad al país con la renuncia del presidente, era evidente en todos los rostros. Las miradas vivas de los manifestantes hacían notar que estaban allí para sentirse y saberse parte de una demanda legítima, en la cual, si bien algunos estaban allí por razones particulares, lo que a esos cientos de miles los unía era la sensación de que quien aún ostenta la primera magistratura ya no tiene la solvencia ética y moral mínima para hacerlo.
Nadie perdía el entusiasmo ni la alegría. Y en los distintos momentos en que se entonó el himno nacional, al menos cinco veces entre el mediodía y las 6 de la tarde, todos corearon entusiasmados las barrocas y sosas frases de sus versos. Se sabían parte de la posible construcción de un nuevo país, y las insípidas camisetas de una reiteradamente fracasada selección de futbol servían ahora para expresar una exigencia política para nada fracasada, pues los vistió el entusiasmo de ser parte de una sociedad que se dignifica al indignarse con la desfachatez y el cinismo de sus gobernantes.
Muy probablemente el exgeneral no renunciará al cargo y buscará hacer uso de todas las argucias legales para estirar el tiempo lo más posible y evitar ser investigado. Sin embargo, las nuevas generaciones, que entusiastas y alegres han ganado las calles y las plazas para expresar su descontento, no solo han aprendido el camino, sino que, como sucede en esos casos, les han tomado gusto y encontrado sentido a las protestas, por lo que no cejarán en exigir la renuncia y serán de ahora en adelante un actor cada vez más activo en la movilización social. Hoy el obcecado y agresivo proceder del aún presidente, con el que trata de evitar ser investigado y juzgado por sus notorios ilícitos, ha servido de detonante para que las nuevas generaciones ganen la calle y expresen su protesta y descontento. Su pasividad ya no será posible, y será cuestión de que construyan liderazgos efectivos y claros para convertirse en actores directos de las transformaciones no solo políticas, sino también sociales que el país necesita.
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