Al empezar esta columna –11h30 del miércoles 20 de febrero- el sitio web del Consejo Nacional de Elecciones de la República del Ecuador hace públicas las siguientes cifras: sobre un total de 11.6 millones de electores, 8.1 millones de personas acudieron a votar el domingo pasado. Rafael Correa ha obtenido el 56.6% de los votos válidos.
Estas cifras confirman las estimaciones de los exit poll realizados el pasado domingo, que anunciaron la victoria, sin necesidad de una segunda vuelta del binomio de Alianza País. El más cercano contendiente de Correa, el banquero Guillermo Lasso, obtuvo un 22.9%, que equivale aproximadamente a 1.6 millones de votos.
El triunfo se sobrepone a la ruptura con las izquierdas –que participaron en las elecciones con su propio candidato– y el movimiento indígena, así como a la relación tormentosa con la prensa, que se tradujo en una amplia cobertura a los escándalos de funcionarios que ocuparon los más altos cargos, falsificando sus títulos profesionales, o de aquellos que usaron la valija diplomática para enviar droga a Italia, o de los que habrían copiado capítulos de sus tesis de grado o maestría de sitios web de amplio reconocimiento académico como el Rincón del vago.
La victoria de Correa le plantea a la clase política de América Latina que es posible gobernar y superar el desgaste del ejercicio del poder, aún por encima de los dominantes medios de comunicación.
Los números reflejan una victoria que no admite discusiones. Un resultado electoral contundente, que seguramente se verá reflejado en la conformación de la Asamblea (legislativo), en la cual podría llegar a contabilizar una mayoría absoluta, que le permitirá impulsar cualquier reforma que el presidente Correa considere importante para la consecución del proyecto político de la revolución ciudadana.
Se empieza a hablar ya de reformas constitucionales, que entre otros aspectos, podrían limitar el ejercicio del recurso de amparo, extremo que podría convertirse en una restricción al ejercicio de los derechos constitucionales, pero que a la vez podría solucionar uno de los problemas más serios para la congestión de los despachos judiciales.
Sin embargo, el triunfo sí admite matices. El candidato oficial tuvo a su servicio la maquinaría del Estado. Y más importante aún, desde la perspectiva de las cifras, no tuvo un contendiente serio, capaz de trasformar sus recursos en ideas innovadoras y cercanas a los electores. El spot de la bicicleta de Correa se convierte en una lección de cátedra para el marketing político, que inclusive toca una fibra en ciclistas de montaña retirados por sus lesiones, como este columnista.
La izquierda y la derecha en Ecuador deberán reinventarse a sí mismas para presentar verdaderas alternativas a los electores ecuatorianos en los próximos años, y para ejercer una oposición política que ofrezca una alternativa real de rendición de cuentas y fiscalización, a un poder que desde hace un rato empieza a tener problemas para distinguir sus límites.
Y es que Correa ha impuesto una imagen internacional de sí mismo, a través de acciones como el asilo a Assange, sus combativos discursos en la visita oficial a España y sus ataques al imperialismo, al neoliberalismo y el Sistema Interamericano, que lo colocan como un referente del bloque bolivariano, y como un campeón de las izquierdas latinoamericanas. Sin embargo, no hay que olvidar que Ecuador es un país del bloque bolivariano, en el cual el movimiento indígena le pide al gobierno abordar la discusión de las leyes sobre aguas y tierras, y frenar la criminalización de la protesta social.
Correa se ha convertido en el discurso dominante. Y de momento, no tiene rivales. Sin embargo, existen retos que no debe ignorar en este nuevo mandato, entre estos, la inseguridad ciudadana, que debe ser abordada de manera urgente, a través de los canales democráticos.
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