Estamos a tiempo: podemos volver a disfrutar del gen de este oficio en el que todos hemos tenido que hacer tareas que no nos gustan, donde los más privilegiados han podido zafar de lo engorroso de forma más temprana.
Con esa percepción me encontré con el fotógrafo Eduardo Carrera en la puerta de la casa-gimnasio de Estela Valverde y Carlos Sibolich, un matrimonio de fisoculturistas que servirían de modelos para la producción fotográfica que sería parte de la crónica de Anfibia “Forzudas: la belleza del cuerpo femenino”.
Fui con una doble misión: la oficial, asistente de uno de los mejores profesionales de la fotografía argentina. La otra, solapada e inocente, ser cronista de la situación.
A medida que ayudaba a Edu con la luz y los trípodes me conecté con los modelos de forma íntima. Con calidez no impostada fui entrando en sus vidas de forma casual.
Moviendo una chapa para mejorar el rebote del sol, entendí que aquel que se somete a una sesión de fotos se encuentra en una situación que lo incomoda y que a la vez intenta sobrellevar con la mejor actitud para que las tomas no sean una porquería.
En esa instancia, un poco encandilado, vi que era posible colar preguntas. Generales, absurdas, íntimas, las que quisiera. Porque el fotografiado, dominado por sus complejos, está concentrado en otra cosa, no tiene puesto el casete de la respuesta; no sabe que lo están entrevistando y se relaja en medio de la tensión de los flashes y sugerencias.
Me enteré de mucho mientras las pesas subían y bajaban, chocaban secas. Los datos no interesan aquí porque para eso ya hay una crónica y no es la intención de este post competir con esa pieza sino destacar las vueltas de tuerca que podemos dar para que el periodismo no se nos vuelva un tedio. Y principalmente para que el público no se nos aburra.
Pregunté de todo, incluso cosas que tanto Estela como Carlos tal vez ni recuerden, justamente por esa atención puesta en la lente.
Entre músculos estuve con sus mascotas, hablamos de sus hijos, desprecié un mate, toqué sus fierros, oí anécdotas. Escuché la ducha prendida, muchos relojes raros y dos termos (uno de Boca) y el fútbol nos acercó. El barrio de la infancia de mi madre también.
Humano, siempre humano. Así me gusta el entrevistado. Definí.
Todos nos hemos enfangado con los fotógrafos preguntones cuando, inexpertos, realizamos las primeras entrevistas. Pero esto es otra cosa, preguntar sin molestar a nadie. Repreguntar y articular una conversación informal.
La curiosidad, la cadena de ADN del periodismo, es nuestra droga y nuestro abismo. Si no podemos satisfacerla nos frustramos y nada de lo que hacemos tiene sentido.
Sí, es difícil encontrar el placer en la rutina de un oficio más allá de la falacia que dice que trabajar de lo que queremos nos hace más felices. La plata es la felicidad, no que un jefe de redacción deje de escribir o investigar.
Nos hicimos periodistas para conocer más y contar. Si no disfrutamos de esto, si ya dejamos de ser curiosos, no va a haber off te record que levante la insatisfacción.
Más de este autor