Uno de esos claroscuros es el mutismo que muchos columnistas guardaron en relación con la agresión sufrida por Susana Morazán. Pese a que pocos días atrás se habían hecho llamar Charlie Hebdo, en el caso Morazán desaparecieron como por ensalmo. ¿Miedo? ¿Compadrazgo? ¿Celo profesional? Vaya usted a saber, pero ni pío dijeron.
Sin lugar a dudas, lo sucedido a los caricaturistas franceses es detestable. Nada justifica la muerte de una persona. Mas quedarse a la expectativa ante un perverso ataque a una comunicadora centroamericana —siendo nosotros guatemaltecos— también es reprochable.
«[…] es que, en el primer caso, el monstruo está relativamente lejos […]», me dijo un amigo. Y yo pensé: «En el segundo, el nuestro, el leviatán está a la vuelta de la esquina».
Otro contrasentido fueron las declaraciones del vocero presidencial. De inmediato salió al paso aclarando que el Gobierno nada tenía que ver con el suceso. Y la lógica así lo dice. No se puede achacar algo a una institución sin haberlo comprobado. Pero debe tenerse en cuenta el dicho aquel: «Satisfacción no pedida, culpa manifestada». Fue más sensato el ministro de Gobernación, quien declaró que el caso iba a ser investigado.
¿Y qué decir de los políticos que exigen transparencia y al mismo tiempo andan detrás de los votos que les pueda acumular Alfonso Portillo?
Alfonso Portillo Cabrera mató a dos personas en Chilpancingo en el año de 1982. Alegó defensa propia. Luego, en marzo de 2014, se declaró culpable de haber recibido 2.5 millones de dólares en pago de sobornos por parte del Gobierno de Taiwán. Es decir, tenemos los guatemaltecos un expresidente que ha cometido homicidio y a la vez es un corrupto confeso. ¡Vaya joya! No obstante, grandes masas esperan su retorno como un héroe (un claroscuro de esos grupos que a la vez gritan: «¡Queremos transparencia!»).
Ni lerdos ni perezosos, los muñecos de ventrílocuo que desean ser candidatos, desde aspirantes a puestos en comunas hasta presidenciables, andan como chuchos hambrientos detrás de esa cauda.
Como si fuera poco, los contrastes no se limitan a esos entornos. Veamos: si Alfonso Portillo terminó en el bote, fue simple y llanamente porque no pertenecía a los grupos oligárquicos, no era de apellidos estrambóticos y su origen es relativamente humilde. De haber provenido de entornos más high, en estos momentos sería don Alfonso.
Y el peor de todos los claroscuros es que no entrevén, ni a corto ni a mediano plazo, opciones aceptables entre las personas que desean gobernarnos. Las hasta ahora conocidas tienen cola que se les machuque. La marcha de las sonrisas ha comenzado. Son expresiones forzadas, sardónicas, hipócritas y farisaicas. Hace cuatro años nos babosearon con las ofertas de transparencia y mano dura. ¿Cuáles irán a ser las promesas a cumplir en el próximo período?
Mientras tanto, Susana Morazán sufre de una fractura en la mandíbula provocada con un objeto metálico. ¡Valientes hombrecitos esos que la provocaron! ¿Cuán partido tendrán el corazón? Me refiero no solo a los hechores materiales. También aduzco a quienes, detrás de bambalinas como buenos cobardes, ordenaron la agresión.
Blas Pascal dijo: «Hay suficiente luz para quienes deseen ver claro y suficiente oscuridad para quienes piensen en dirección opuesta».
Ojalá Dios nos provea el suficiente discernimiento para distinguir la luz de la oscuridad. Uno de los síntomas que es preciso tener en cuenta es que la luz alumbra, no deslumbra. Porque muchas veces la oscuridad se disfraza de luz y enceguece.
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