Mis hijas e hijos —a guisa de broma— me declararon oficialmente en dicho intervalo. Ello provocó de mi parte una búsqueda inmediata para saber qué implica la tercera edad, fracción de la vida que puede significar respeto, experiencia y solemnidad pero también dolencia y exclusión.
Encontré entonces que tercera edad es un término para referirse a personas ancianas. En algunos países se toma como inicio de la ancianidad los 65 años. Brasil es más generoso: Oficialmente a los 70. Como sea, es la postrimer fase del desarrollo humano y la última oportunidad que la vida nos da para acabar de madurar y terminar el parto por medio del cual se nos colocó en esta porción del Universo.
Una persona más sagaz me indicó que si en Brasil y otros países la tercera edad inicia a los 70 es porque dichos gobiernos y Estados no quieren hacerse cargo de los ancianos. Igualmente las empresas, prefieren mantenerlos trabajando que responsabilizarse de su jubilación.
Un amigo de infancia la relacionó con la cercana muerte. No estuve de acuerdo. Razones en el siguiente párrafo.
Referente a nosotros guatemaltecas y guatemaltecos, no concuerdo cuando se dice que la ancianidad es el periodo donde más cerca se está de la muerte porque, en nuestro país, nacemos contiguo a la guadaña: Hospitales desastrados, 45,000 agentes de salud menos desde el día 10 de diciembre recién pasado (por falta de pago o cesación en su trabajo), no aceptación del Modelo Integrado de Salud (MIS) que ha disminuido la mortalidad materna a cero en algunas regiones de la Baja Verapaz (y todo porque algunos genios consideran que es un proyecto socialista), el crimen organizado (y el desorganizado) con su violencia institucionalizada que diariamente sega la vida de muchas personas —incluidas niñas y niños—, y un largo etcétera solo visto en este país de la eterna matadera.
Pero hay un conflicto inexcusable para todo ser humano: Encarar la vejez. Yo prefiero enfrentarla con tiempo y prepararme para ese momento. Se trata de ir a esa partecita nuestra que San Agustín llamó lo más íntimo de nuestra intimidad y allí, re-encontrar —o descubrir para muchos—, nuestra firma: Ese yo muchas veces disfrazado que ha escondido por años y años nuestra verdadera identidad. Allí podemos discurrir: Quién soy, cómo he sido, de dónde vengo y hacia dónde voy. Y esperar la luz de la Eterna Presencia.
En mi de dónde vengo, sin perjuicio del discernimiento acerca de mis orígenes ontológico y biológico, he visto pasar un terremoto que me tomó de pie en mi primer día de práctica de cirugía y me dejó como lección principal la capacidad del guatemalteco de solidarizarse con el hermano más necesitado; luego, la guerra interna citadina y su traslado al área rural con su maldad pura cebándose sobre la población más desprotegida; la perversidad de muchos guatemaltecos, otrora solidarios —durante el Terremoto de San Gilberto por ejemplo— y posteriormente, durante la guerra, convertidos en bestias ávidas de sangre producto de aleccionamientos foráneos que los despersonalizaron y deshumanizaron.
Me di cuenta entonces que necesitaríamos muchas terceras edades para discernir quiénes somos y hacia dónde vamos. Entender ese contraste de nobleza y maldad signando a las mismas personas en un corto lapso. Totalizar luces y sombras. Retroalimentar ilusiones y apresurarnos a completar aquellos trechos aún no recorridos o inacabados. Y en medio de la reflexión, contextualizar esa partecita del Salmo 90: “Porque mil años ante tus ojos Señor son como el día de ayer que ya pasó, y una mirada en la noche”.
Después de mis primeras abstracciones —el día 7— decidí calzar mis zapatos tenis, ponerme la pantaloneta con el logotipo de la URL, mi camiseta invernal de trote que dice Escuela para todos (grupo al cual pertenecemos diversidad de personas) y salir bajo el Mus mus hab (Chipi-chipi en q’eqchi’) a celebrar la vida con un recorrido de 8 Km por las pistas ecológicas del Parque Nacional Las Victorias. Me di cuenta entonces que a mis 60 años corría más rápido que muchos jóvenes a quienes yo conozco y quienes, hoy por hoy, el tabaco y la farándula, los tienen atados.
En ese recorrido con llovizna, verdor, oxígeno a mares y el rumor del viento suave, sentí comenzar a sumergirme en el espíritu de la próxima Navidad. Y pensé que aún me falta más que cinco años para iniciar mi verdadera tercera edad. Antes debo, cuando menos, jalar al trote y a las medio maratones a dos o tres jóvenes fumadores.
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