Exhibimos unos niveles de agotamiento, degradación y contaminación natural dignos de vergüenza. Hacemos gala de ignorancia frente a esta realidad. Para muestra, el reciente foro de candidatos presidenciales organizado por la Asociación de Gerentes de Guatemala: desde el discurso de apertura, pasando por el diseño del debate, hasta las intervenciones de los candidatos.
Como anillo al dedo viene aquel refrán popular que dice “la ignorancia es atrevida”. Sin excepción, todos hablan de desarrollo, pero ignoran las implicaciones operativas que el concepto entraña. Imaginarán acaso la importancia que tiene la contribución de “todos los elementos de la naturaleza” en las distintas demandas de todas las actividades productivas, sin importar su tamaño, y de todos los hogares del país. Piensan acaso que se puede seguir ignorando, como hasta ahora, las repercusiones que los desbalances naturales tienen directamente sobre el bienestar social y sobre la vida misma. Seguramente están ciegos, sordos y mudos.
Tenemos información como nunca antes. Son abundantes los informes producidos que muestran las consecuencias de nuestra histórica irresponsabilidad ambiental y la necesidad de empezar, desde ahora, a modificar nuestras interacciones económico-sociales con la naturaleza y a priorizar gastos que tiendan a la “restauración ecológica” con miras a revertir estas tendencias, si bien nos va en el mediano y largo plazo.
Hasta la saciedad se han repetido las escandalosas cifras que revelan la sostenida pérdida de bosques; la sobre-utilización de tierras; la escasez o abundancia de agua -ambas situaciones dañinas y derivadas de la inexistencia de mínimos niveles de gestión-; la contaminación de la atmósfera, el agua y los suelos; la vulnerabilidad energética; la acumulación de desechos por falta de tratamiento, y muchos otros problemas que contribuyen a configurar nuestra vulnerabilidad sistémica frente a todo tipo de amenazas.
Ante la indiferencia de los que gobiernan y los que quieren gobernar, estos problemas continúan con trayectorias crecientes a tal grado que para el 2015, la mayoría de las metas de desarrollo del milenio, correspondientes al objetivo ambiental, no serán cumplidas. En varios de los temas, la situación será más negativa que la existente cuando se establecieron esas metas. Pero bueno, ¿qué se puede esperar en un país que ha sido víctima de tanta desgracia, empezando por un sistema de instituciones políticas mercantilistas, guiadas naturalmente por especialistas en este oficio?
Regresando al citado foro, y siendo comprensivos con los candidatos respecto a su capacidad de entendimiento de un tema tan marginado como el ambiental, no deja de sorprender, sin embargo, una carencia similar en otros temas más comunes como la educación, salud y economía básica. Y es que cuando uno no sabe, al menos debe ser “chispudo” para saber dónde estudiar o a quién preguntarle sobre estos temas.
Esta nueva dosis de desencanto también es consecuencia de la necedad de mantener cierta esperanza en este sistema político, que definitivamente, ya es obsoleto, sobre todo, porque amamanta a las personas menos capacitadas para una cuestión tan delicada, como la de llevar a un país extraviado, ya por décadas, hacia mejores senderos.
Situándonos en el mundo de aquellos que dicen interesarse en los asuntos ambientales del país, resulta lamentable que ni siquiera exista unidad respecto a cuestiones tan básicas como la necesidad de anteponer la protección y la restauración de áreas protegidas frente a cualquier otra pretensión. Me refiero al caso del Refugio de Vida Silvestre Punta de Manabique, del cual se habla (incluso en el seno de entidades y foros ambientalistas) pidiendo flexibilidad, si fuese necesario—según plantean—hasta con respecto a los cambios a la Ley correspondiente, para dar paso a la pretensión de instalar infraestructura industrial, totalmente incompatible con los propósitos del área, y con ello consumar una nueva burla a nuestro ordenamiento jurídico. ¿Acaso piensan que la medicina para ciertas necesidades de las áreas protegidas viene de la misma enfermedad? ¿O el mercantilismo ha invadido también las esferas ambientalistas? En ambos casos, qué lamentable.
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