Catalina C.: ¿Venganza o justicia en el Polochic?

Los hechos presuntamente ocurrieron en el destacamento militar de Sepur Zarco entre 1982 y 1986. Catalina es categórica, su caso no se trató únicamente de esclavitud sexual: Entre otras aberraciones, mataron a su esposo por tratar de legalizar las tierras en que vivían. Sepur Zarco está situado en el Valle del río Polochic, en la confluencia entre Alta Verapaz e Izabal.

Según los reportajes de la prensa escrita, doña Catalina tuvo que huir a la montaña con sus nueve hijos. Allí, perdió a tres de ellos por hambre e inanición pero antes, tuvo que soportar la angustia de ver cómo, a una de sus hijas que estaba embarazada, la mataban a machetazos. ¡Valiente guerra esa! Así, hasta yo podría declararme Napoleón Bonaparte porque, quienes hicieron semejante estrago, muy lejos estaban de la honra que hoy exigen los amigos y familiares de militares encausados por delitos semejantes. El rol que jugaron en el Valle del Polochic fue de viles forajidos al servicio de los terratenientes que codiciaban la tierra de los campesinos.

¿Puede llamársele a tan atroces actos “hechos de guerra”?, ¿puede decirse que gracias a los soldados que los cometieron tenemos libertad de enseñanza? ¿Pueden ser amnistiadas tales abominaciones? No señores, absolutamente no. Y no me vayan a salir con el cuento de que Catalina C., —quien ya rindió su testimonio ante el Juzgado B de Mayor Riesgo de la ciudad capital—, está clamando venganza, porque ella lo que pide es justicia.

Al respecto, don Mario Antonio Sandoval, en su columna CATALEJO (Prensa Libre, 26 septiembre 2012) dice literalmente: «Si alguna denuncia no puede ser señalada de tener motivo de venganza es esta». Se refiere —entre otros argumentos—, a su reflexión en cuanto que «…apoyar en su petición a estas mujeres es una tarea ciudadana colocada más allá y por encima de cualquier consideración ideológica o política».

Dicho artículo no solo es una denuncia de los sucesos de Sepur Zarco sino un análisis de varios momentos de la historia humana durante los cuales, la violación de las mujeres pertenecientes a un grupo contrario durante las guerras «…fue una de las formas más abyectas… de la actuación de fuerzas militares» (Prensa Libre, 26 septiembre 2012).

Incuestionablemente, los responsables de esos crímenes en Sepur Zarco deben ser castigados, —lo exige la moral y la recta justicia, no la venganza. Y no solo ellos, también quienes, por presunta orden u omisión cuando menos, permitieron que sucedieran. Allí no cabe el sesgo ideológico.

En el libro de Francisco Goldman, El arte del asesinato político. ¿Quién mató al obispo?, (ANAGRAMA 2009), se atribuye a un militar en retiro haber dicho: «Tuvimos que hacer peores cosas durante la guerra». Se refería al asesinato del obispo Juan José Gerardi Conedera y, a decir verdad, al leer en los rotativos lo acaecido en aquella región del Polochic, no me queda la menor duda: Matar esposos, hijos, asesinar a machetazos a una jovencita embarazada y encima de ello, colocar a las esposas/madres en estado de esclavitud y de sexoservidoras, no tiene nombre.

Lejos estamos en Guatemala de recuperar la dignidad de la persona y de la madre tierra. Pero, «no hay mal que dure cien años ni enfermo que lo aguante».