Este libro no es nada nuevo, de hecho la primera edición salió en 1853 y se llamaba: Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales, precedido de un breve tratado sobre los deberes morales del hombre. Este ha sido editado muchísimas veces, como todo conjunto de normas se ha ido adaptando a la vida moderna, ahora hay uno de etiqueta en línea, que explica cómo mandar correos y comportarse en el entorno digital.
Yo no soy la experta en este tema pero creo que tiene un sentido práctico muy grande. Y es que al seguir estas reglas uno no altera el espacio de las personas que nos rodean. Esa es la finalidad del Manual, tener una vida social en donde las personas se respeten. Los espacios públicos sirven, entre otras cosas, para ejercitar nuestra convivencia. Cuando la gente deja de practicar, al igual que los modales en la mesa, se olvidan de respetar el espacio de los demás. Evidentemente, en Guatemala los espacios públicos han sido reducidos, ya sea porque este no ha sido un eje toral de la política del Estado o porque a los particulares tampoco les interesa compartir como ciudadanos con los demás. Somos una sociedad tan violenta que ha olvidado practicar las reglas básicas de convivencia, como que necesitáramos un chivo de Carreño para recordarnos cómo socializar.
La semana pasada aproveché a ir al Festival Eurocine, que tiene como propósito dar a conocer la cultura europea a través del cine. La entrada a este festival es gratuita y eso, de alguna forma, lo convierte en un espacio público en donde se comparte y se socializa. Frente a mi butaca se sentaba una pareja, hombre y mujer, que por cierto llegaron tarde a la función e interrumpieron por ende a todos los que estábamos ahí viendo la película. Ya acomodados tampoco dejaban de hablar, yo estaba sentada detrás de ellos y tanta platicada ya me tenía molesta por lo que les pedí que dejaran de hablar.
No me hicieron caso en lo absoluto y continuaron platicando, por lo que decidí que cada vez que hablaran yo iba a patear suave pero constantemente la butaca del joven delante mío. Tanta platicadera y tanta pateadera hizo que el hombre se volteara y me dijera que si podía dejar de patearle la butaca, entonces le contesté suavemente que en cuanto él dejara de hablar e interrumpir la película yo iba a dejar de patear. Al tenor del dicho: "A quien no lo educan en la casa, lo educan en la calle" yo no me sentí en lo absoluto mal, pero mi mamá que estaba sentada a mi lado por poco y se hunde en la butaca, no sabía qué hacer. Aquí nadie le dice al otro que no maneje en estado de ebriedad, que pague impuestos o que denuncie cuando ha sido testigo de un delito. En Guatemala, tendemos a quedarnos callados ante los actos incivilizados de los demás.
Creo que a Carreño le hubiera dado el ataque. En Guatemala necesitamos convivir en espacios públicos, respetarnos y aprender a convivir siguiendo normas. Las normas tienen un sentido, el derecho tiene una razón de ser, la convivencia pacífica. Cómo podemos exigir un Estado de Derecho en un país en el que no respetamos el hecho de que si la película ya empezó usted no entra, porque va a molestar a los demás; que si está en un cine se queda callado porque sus conversaciones van a molestar a los demás, todas esas son cuestiones de sentido común que permiten una pacífica convivencia, por eso es importante que existan espacios públicos.
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