Si te hablan de Felipe Alejos, piensas en Filipao como personaje: camisa blanca, corbata morada, traje azul, anteojos sin marco y su pelo repeinado hacia atrás, con varias capas de vaselina que no permiten que se le mueva ni un pelo de tonto. Tanto Felipe Alejos como Mark Hamill son sus personajes. Están encasillados y nunca podrán representar ningún otro papel.
Lo mismo pasa con Javier Hernández. Lo puedes ver en la calle, en el periódico, en la tele, pero siempre será el diputado aba...
Si te hablan de Felipe Alejos, piensas en Filipao como personaje: camisa blanca, corbata morada, traje azul, anteojos sin marco y su pelo repeinado hacia atrás, con varias capas de vaselina que no permiten que se le mueva ni un pelo de tonto. Tanto Felipe Alejos como Mark Hamill son sus personajes. Están encasillados y nunca podrán representar ningún otro papel.
Lo mismo pasa con Javier Hernández. Lo puedes ver en la calle, en el periódico, en la tele, pero siempre será el diputado abanderado del #PactoDeCorruptos abriendo la boca, riendo a carcajadas, agresivo en su curul, aplaudiendo la aprobación de una ley proimpunidad.
O con Luis Rabbé juntando sus muñecas frente a los reporteros para que estos de una vez lo esposen. «Ustedes ya me condenaron», decía. Huiría unos meses después. Stalling y su peluca, los cascos y chalecos de Monzón y Eco, Ríos Montt y sus anteojos de vendedor de lotería, Baldetti oliendo el agua del lago de Amatitlán en una lancha de turistas, todos caricaturas sin dignidad, en sus últimas escenas antes de desaparecer.
Guatemala es una película coral de políticos encasillados en un único papel. Todos ellos lo interpretan perfectamente: cínico inmutable, perdonavidas, gatillero de la esperanza, ladrón de ocasión, estafador de palabras vacías y gestos vacuos procurando coartadas inverosímiles a sus excesos ofensivos de comitivas, asesores, plazas fantasmas, contratos simulados, dándoles puñaladas por la espalda a sus compañeros de latrocinio a la hora de repartir el botín.
Por mucho tiempo hemos sido espectadores de esta tragicomedia mediocre y pestilente. No vamos a permitir que nos coarten el futuro, que restrinjan libertades, que nos corten la lengua. Queremos cambiar el orden de las cosas. No más partidos de papel financiados en oscuros pasillos. No queremos conferencias de prensa y oír que lo hicieron por nuestro bien. No.
La ciudad no es de Arzú. El Congreso no es de Javier Hernández y compañeros. Los jueces no son de la impunidad. Los magistrados no deben recibir llamadas. Gobernación no está para ejecutar ningún plan estúpido. El Ejército no es una gran caja chica sin control. No.
Jimmy Morales no debe manejar todo el poder estatal para lograr sus objetivos mezquinos y pequeños. Eso está mal, entendámoslo. No. Está incumpliendo su mandato. Desayuna, almuerza y cena pensando cómo procurar impunidad a sí mismo, a su familia y a sus más allegados. Ha pasado su presidencia creando una red estatal y paraestatal que tiene como único fin llevar a cabo su plan. Jovel, Degenhart, la cúpula de la Policía y sus otros ministros y secretarios de seguridad e inteligencia, todos unidos en una huida hacia adelante, como Bonnie y Clyde, solo que sin amor.
Son patéticos y no se dan cuenta, pero nosotros sí.
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