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Capítulo 23. Meyer y los huelguistas, 17 de Octubre de 1984

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Capítulo 23. Meyer y los huelguistas, 17 de Octubre de 1984

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Como un enredadera de tallo nudoso, la guerra se entrelazó con la vida. Algunos murieron asfixiados por ella. Otros supieron trepar. Esta es la historia de dos hombres, la Universidad de San Carlos y un crimen. Las vidas de Vitalino Girón, un expolicía jutiapaneco que acabó siendo uno de los últimos intelectuales del partido comunista, y del rector Eduardo Meyer se entrecruzaron en 1984, cuando el Ejército aún decidía quién podía vivir en Guatemala y quién no. Documentos inéditos hallados en el Archivo Histórico de la Policía Nacional permiten comprender la lógica de una de las últimas campañas de “control social” contra el movimiento sindical ejecutadas por la dictadura militar antes del comienzo del actual periodo democrático.

Ese mismo día, tras la reunión con Mejía Víctores y Vi­talino Girón, Eduardo Meyer convocó una sesión ex­traordinaria del Consejo Superior Universitario, que se celebraría en lo que hoy es el Museo de la Usac, un edificio del siglo xviii, ubicado en la novena ave­nida, frente al Congreso de la República.

El sindicato fue recibido de nuevo en audiencia pero Meyer no tenía intención de satisfacer sus deman­das. Hizo muy probablemente lo que el general Mejía Víc­tores le había pedido unas horas antes. El CSU re­solvió que la situación financiera de la universidad se­guía siendo la misma y que de momento no estaba en condiciones de acceder a lo solicitado.

El director financiero, Alfredo Morales Taracena, pre­sentó un informe que determinaba el impacto que causaría en el presupuesto universitario que una subida sa­larial Q48 mensuales, lo que pedía el sindicato. El dé­ficit resultante sería intolerable.

Pero, mientras, la movilización seguía. Ese mismo 17 de octubre, los catedráticos de todas las unidades académicas anunciaron que paralizarían sus labores de­bido a las injusticias que se registraban en la univer­sidad.

Al día siguiente, 75 trabajadores de la sede de la Usac en Quetzaltenango, la segunda ciudad del país, se unieron al paro de labores reclamando un aumento de salario. En los próximos días otros centros univer­sitarios regionales se sumarían a la huelga.

Los profesores de la Facultad de Economía sus­pendieron las clases el día 23 de octubre. No sabemos si Vitalino Girón tomó parte en esa decisión, pero lo que es seguro es que mucha gente pensó que así había sido.

Para entonces, la universidad estaba ya inmersa en una de las más huelgas más importante de la historia del sindicato de la Usac. La Contraloría General de Cuen­tas se pronunció para recordar a los trabajadores que no cobrarían su salario de octubre, puesto que la huel­ga no tenía justificación. El viernes 26 de octubre Car­los de León fue asesinado. A las tres de la tarde del sábado mataron a Vitalino Girón.

La huelga acabó dos días después. 

*** 

El 29 de octubre, el Consejo Superior Universitario de­claró, de nuevo, que no existían recursos para aten­der el aumento salarial, pero que “en aras de la armonía y de reencauzar el normal desarrollo de las actividades de la universidad” se otorgaba un incremento salarial de dos escalas, 16 quetzales mensuales, la tercera parte de lo que el sindicato solicitaba. El incremento se apli­caría para todo el personal de la universidad, do­cente, administrativo, por contrato y por planillas, y entraría en vigor a partir del primero de enero de 1985.

También se acordó conceder becas de estudio a los hijos de Vitalino Girón.

Esa mañana, sobre las nueve, un grupo de hombres armados abrió fuego contra varios estudiantes en la Ciu­dad Universitaria. Tres personas resultaron heridas.

Meyer comenzaría muy pronto a recibir de nuevo ame­nazas de muerte y a asegurar en público que lo que­rían muerto.

Poco después, Vinicio, el hijo mayor de Vitalino, re­cibió una paliza sin motivo en la Ciudad Universita­ria. Nunca más volvió a la Usac.

Al día siguiente de la concesión del aumento, el sin­dicato celebró una asamblea extraordinaria. En vis­ta de que la mayoría de peticiones habían queda­do resueltas, y de que existía un compromiso escrito por parte del Consejo de mejorar el salario de los trabajado­res en cuanto mejorase el presupuesto se acordó sus­pender la huelga.

Esa fue la versión oficial que recogen las actas del sindicato.

–La verdad –recuerda Paulina Pineda– es que pen­samos que o levantábamos la huelga o nos mata­rían a todos.

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