En el mejor de los casos compran espacio en los medios, financian campañas de políticos que piensan como ellos, pagan cabilderos para influir en los diputados. En el peor de los casos pagan sobornos. El capital dinero es también lo que buscan los políticos más inescrupulosos. A cambio de hacer la voluntad del que paga, reciben beneficios monetarios, o pueden robar dineros públicos.
Hay otro tipo de capital, que igualmente incide sobre el poder y el gobierno. Este es el capital social: las redes de vinculación entre personas. El rico por supuesto también tiene acceso a este capital. En la universidad de élite, el club social y la junta de accionistas se establecen relaciones en una red de iguales, que luego sirve para hacer tratos.
Sin embargo, el capital social está también al alcance de cualquiera: mientras invertir en acciones de empresa exige ya tener dinero, para acumular capital social solo se necesita tiempo y paciencia para construir relaciones con otros. Esto resulta muy importante en el contexto político nacional.
En la política reciente, el capital dinero ha sido el factor clave de poder. Aquellos con más dinero tuvieron más peso electoral. Aquellos con más dinero han definido, y continúan determinando, la agenda política y las decisiones de gobierno. Esas decisiones definidas por capital dinero no han sido muy afortunadas para la mayoría, y no hay indicios para creer que ello esté cambiando.
Si usted y yo queremos incidir sobre la política nacional, a menos que robemos un banco (y no me apunto), tendremos que usar capital social. Ante ello hay que dejar claros dos puntos. El primero: capital social no es mandar emails en cadena, postear en el facebook o componer el mundo en torno a los tragos. Mucho se ha dicho sobre el papel clave de las “redes sociales” en los movimientos populares en el norte de África, y ciertamente lo han tenido. Sin embargo, con el capital social sucede igual que con el capital dinero: un mensaje de texto o un email sirven porque activan una relación real, pero no la sustituyen. Igual un certificado de accionista representa la riqueza, pero no la es.
El segundo punto es que el capital social, igual que el capital dinero, necesita propósito. La plata se puede usar para bien, o para mal. Cien mil gentes se podrían poner de acuerdo en vapulear ladronzuelos para acabar con el crimen en Guatemala. Al final habría algunos muertos, pero lo más probable es que el crimen organizado seguiría igual. Además de redes se necesitan ideas concretas, efectivas y justas, para que fluyan por esas redes.
Aquí va el reto: el año que empieza y el cuatrienio que se inaugura serán críticos para la vida política de este país. Quienes hoy tienen entre 15 y 25 años de edad heredarán el mundo que se comienza a construir. Sin embargo, en un año podríamos ver descarrilada –otra vez– la urgente reforma fiscal, por la sola virtud del Cacif. Podríamos ver diputados corruptos robando con descaro, o autoritarismo arbitrario en el poder. Usted o yo podríamos entonces llevarnos las manos a la cabeza y decir, ¡Dios mío, qué barbaros! O podríamos hoy mismo empezar a construir las redes activas, el capital social, que hará falta invertir para detener tales atropellos.
Entonces, si usted es uno de esos ciudadanos de 15 a 25 años de edad, o como yo, le preocupa el futuro que les va a dejar, más vale que aumentemos y activemos nuestro capital social. Aquí le dejo un ejercicio, para que lo piense: si usted o yo, hoy le dijéramos a nuestros amigos y contactos: ¡todos a poner una pelota roja en la fuente del Parque Central como muestra de voluntad política!, ¿cuántas pelotas rojas piensa que habría al final de una semana? ¿Cien mil pelotas, dos mil, trescientos, quizá seis..., una sola?
Piense, y actúe: ¿qué hará falta para que, al grito de ¡todos por la democracia!, pasen cosas?
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